Año CXXXIV
 Nº 49.304
Rosario,
domingo  18 de
noviembre de 2001
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La cueva de vampiros y el analfabetismo de los políticos

Walter Palena

Buena parte de la clase política argentina parece vivir encerrada en su propio microclima. Luego de la catarata de votos negativos que sobrevino en las últimas elecciones legislativas, los máximos referentes partidarios adoptaron como frase preferida que "había que saber leer el mensaje de las urnas". Con el tiempo quedó demostrado que fue sólo una muletilla. Lo que prima, por ahora, es el analfabetismo político.
Una prueba de ello, como si se tratase de la frutilla del postre, es lo que intentan perpetrar algunos diputados y senadores que culminan su mandato el 10 de diciembre: solicitar un sueldo, que percibirán durante dos o tres años, y que ronda los 2.500 pesos. Es que pasan a ser desocupados y necesitan una pensión para poder sobrevivir dignamente durante ese lapso. Ellos conocen, claro, las penurias de los que no tienen trabajo y no quieren someterse a semejante escarnio social.
Pero aún entre los casos más emblemáticos de desidia existen gestos de elegancia. Emilio Cantarero, quien cuenta con una fortuna de más de 2 millones de pesos, inició los trámites para cobrar la pensión, pero luego desistió en el intento no por una cuestión moral, sino porque sus ingresos no se lo permitían.
Distinto fue el caso de Jorge Massat. El senador santafesino, acusado de evadir impuestos y sospechado de enriquecerse de manera ilícita, llenó el formulario para percibir una mensualidad de casi 3.000 pesos por su honrosa tarea en la Cámara baja durante seis años.
Massat, contra todas las voces que se levantaron en su propio partido, no sólo no renunció a su banca, sino que ahora cree que los argentinos le tienen que pagar por su esfuerzo y gozar de un apacible descanso.
"Fue como encender una linterna en una cueva de vampiros", dijo Carlos Chacho Alvarez a La Capital, intentando graficar la decisión de meter el cuchillo hasta el hueso con sus denuncias por los casos de sobornos en el Senado.
Aquella metáfora mantiene su validez y traspasa los límites de las cuatro paredes donde se sientan los padres de la Patria.


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