Desde la ventana del Starbucks Coffe de la Quinta Avenida y la calle 47 la ciudad parece la misma de siempre, salvo por la foto de una casa en llamas, cruzada por la leyenda "¿Por que?" escrita en letras enormes, que se repite en cada una de las bancas de venta del New York Post.
El periódico, uno de los de mayor circulación, refleja con claridad el desconcierto que causó entre los neoyorquinos la catástrofe del vuelo 587 de American Airlines que el lunes cayó en una zona residencial del barrio de Queens. La versión de que se trató de un accidente y no de un sabotaje, que fue tomando cuerpo ayer con el correr de las horas, llevó tranquilidad a los habitantes de Manhattan que, desde el ataque al World Trade Center, sufren en carne propia la inquietud que provoca saber que se está en la mira de los asesinos.
El atentado contra las Torres Gemelas fue un golpe que la gente aún no ha podido asimilar. Sus esfuerzos por recuperar la confianza desempolvando valores como el patriotismo y la unidad nacional se revelan estériles frente a un acontecimiento como el que sacudió la mañana del lunes pasado. La tragedia del vuelo 587, tal como las cadenas de televisión nacional bautizaron al episodio, puso en evidencia que es inútil envolverse en una bandera para guarecerse de una tormenta. Sin embargo, en las calles de Nueva York flamean orgullosas las barras y estrellas. Frente a los edificios públicos, en las antenas de los autos, en los cochecitos de bebes. También en los escaparates de las tiendas de moda y en las gigantescas pantallas de cuarzo líquido de Times Square. Así y todo, la ausencia omnipresente de la silueta de las Torres Gemelas recuerda a los habitantes de la ciudad su vulnerabilidad. "Cuando bajo para el downtown (centro) y sin querer levanto la vista y no veo las Torres me pasa lo mismo: siento un nudo en la garganta", confiesa Guillermo Thomas, chofer de un transporte de pasajeros del aeropuerto a Manhattan.
"Ayer, cuando me enteré de que un avión se había estrellado en Queens, lo primero que pensé fue que había sido un atentado", admitió Consuelo Paredes, una joven venezolana que atiende un local de la cadena Au Bon Pain ubicado cerca de Union Square. "No tuve miedo, pero sentí algo raro, como una angustia. Fue algo que nunca me había pasado antes del atentado contra las Torres". Sin dudas, la zona que ocupa el distrito financiero de Wall Street fue la más sensible a la catástrofe del Airbus de American Airlines. No porque allí trabajen y vivan la mayoría de los 450 mil dominicanos que habitan en la ciudad, sino porque en sus calles aún hoy, a dos meses del derrumbe de las Torres Gemelas, se respira la melancolía que dejó la tragedia.
Si bien, poco a poco, el sector va volviendo a la normalidad, su corazón esta herido. Basta caminar por Broadway desde Vesay Street hasta el World Financial Center para comprender el dolor de los neoyorquinos. Cada esquina es un monumento vivo del atentado del 11 de septiembre y recorrerlas, buscando un ángulo desde el que se puedan ver los restos del World Trade Center, es una experiencia conmovedora.
La caminata, que se extiende por varias cuadras e inevitablemente termina en el Ground Zero, no se hace a solas. Casi como en una peregrinación se comparte con un gran número de personas que buscan entre los escombros una explicación de lo que pasó. La primera parada, y acaso la más emotiva, se cumple frente a la iglesia de Saint Paul, que funciona como un centro de asistencia a los bomberos que trabajan en la remoción de los restos de los edificios. Allí un grupo de socorristas entrega mascarillas para protección del polvillo que levanta el trabajo y pide disculpas porque, momentáneamente, el templo se encuentra cerrado al publico.
Pese al bullicio habitual de la zona, frente al improvisado memorial que recuerda a las víctimas del atentado reina la calma. La gente se detiene, algunos dejan flores, encienden velas o escriben mensajes en las carteleras fijadas contra la barda del templo, otros simplemente se persignan. No faltan, claro, esos que creen que el dolor puede también ser un souvenir y toman fotos. Allí, entre la multitud que serpentea apurada rumbo al trabajo y frente a la evidencia real de la catástrofe, cualquier pequeño gesto puede ser demoledor. Una sirena de ambulancia, una de las tantas que se escuchan a cada momento en Manhattan, es capaz de provocar un temblor. "Antes del 11 de septiembre nunca había reparado en las sirenas de las ambulancias ni de los carros (autos) de policía, pasaban todo el tiempo y no me importaba que lo hicieran. Ahora al escucharlas no puedo evitar preguntarme a dónde irán, qué habrá pasado", admitió Adela Fuentes, dependiente de un local de venta de recuerdos de la calle Broadway.
El temor de que se produzca un nuevo atentado está latente en la ciudad. Nadie habla del asunto, pero está claro que le da vueltas en la cabeza a todo el mundo. La preocupación de los neoyorquinos está centrada en las consecuencias que situaciones de crisis, como el atentado a las Torres Gemelas o la caída del Airbus de American Airlines, pueden tener en la economía y, sobre todo, en el negocio del turismo, una de las fuentes de ingreso más importantes de la isla. "El ataque a las Torres produjo un shock fuerte, no sólo en nuestra forma de vida sino también en el bolsillo", comentó Thomas sin poder ocultar la inquietud que le causa el tema. "El turismo, un poco por la temporada baja y otro por el temor que tiene la gente a volar, bajó bastante. Espero que la situación cambie pronto porque si la cosa sigue así no sé hasta cuándo vamos a poder aguantar".
El creciente miedo a volar
La caída del avión de American Airlines en Queens no hizo más que acrecentar la preocupación de los neoyorquinos. Temen que, aun comprobandose que se trató de un accidente, la publicidad del episodio resulte negativa para la ciudad. "Naturalmente la gente tiene miedo a volar, si a eso le sumas la amenaza de un atentado y el riesgo de un accidente, quién va a tener ganas de subirse a un avión", reflexionó, no sin cierto pesimismo, Marcelo Valdez, un panameño a cargo de la caja de un pequeño restaurante ubicado frente a Central Park.
La inquietud de los neoyorquinos aumentó el último fin de semana por la llegada de los principales presidentes del mundo para asistir al comienzo de las sesiones de la asamblea anual de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Su aprehensión estaba justificada. El lado este del midtown de Mahnattan quedó prácticamente sitiado por las fuerzas de seguridad, que vallaron las calles con bloques de cemento para impedir el paso de vehículos.
El hotel Roossevelt, uno de los mas frecuentados por los turistas argentinos, se convirtió durante un par de días en un búnker. El lobby estaba repleto de agentes secretos, en los tejados había apostados francotiradores del Swat y los pasillos eran recorridos por agentes del FBI con sabuesos entrenados para detectar explosivos. Las precauciones no eran en vano: en el lugar se hospedó el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, un blanco seguro del terrorismo islámico.
La vida en la ciudad, sin embargo, siguió y seguirá su curso. Los árboles de la Quinta Avenida ya brillan con sus tradicionales arreglos navideños, las tiendas ofrecen sus colecciones de invierno y en Broadway las comedias musicales siguen en cartel con localidades agotadas. Lo curioso es que, en Times Square, antenoche se vio un espectáculo inesperado: ante la sorpresa de la gente que paseaba por el lugar un grupo de cinco adolescentes improvisó una simpática coreografía frente a una cámara de televisión. Eran las ganadoras del concurso de "Popstars" que, después de un largo mes de agotadora competencia, recibieron un obsequio de maravilla: un viaje a la Gran Manzana.