| | Reflexiones Reanudar el tercerismo
| Juan José Giani (*)
Extensos y minuciosos esfuerzos ha volcado la ciencia política argentina a la tarea de indagar el fenómeno de las llamadas "terceras fuerzas"; irrupciones inéditas que han procurado desequilibrar un sistema bipartidista considerado inhábil y/o caduco para encarrilar los destinos de la patria con sentido venturoso. Este interés analítico parece surgir, en principio, de una intrigante paradoja. La fortaleza histórico-organizativa del entramado radical-justicialista es notoria; sin embargo, en reiteradas ocasiones despuntan agrupamientos que, con algún éxito, lo declaran exhausto y se postulan para sustituirlo como herramienta de bienestar para las mayorías populares. Con intensidad variable, todas estas experiencias han sido tan potentes como fugaces. Su lógica de emergencia resultó, a su turno, similar. Denunciar una vacancia, puntualizar un agotamiento y exhibirse como portadoras de una reparación viable en el contexto de la oferta político-institucional existente. La ausencia de una alternativa capaz de batallar a fondo contra el agobio imperialista (Partido Intransigente), la inconciencia de los elencos dirigenciales respecto de la perentoria conveniencia de desmantelar el Estado paternalista-benefactor (Unión del Centro Democrático) o la ineptitud devenida ya estructural de radicales y justicialistas para aunar en términos de gestión transparencia de procedimientos e inclusión social (Frepaso), fueron en cada momento diagnósticos que legitimaron el ímpetu de la novedad. Las dos primeras, queda claro, naufragaron. Sólo perviven como rutina electoral y su sentido histórico se ha extinguido. De antagónicas ideologías, los unificó no obstante una común inclinación. Nacidas para impugnar a ambos partidos, optaron prestamente por la teoría del mal menor. Para extirpar lacras en apariencia agobiantes había que inclinarse por uno (el PJ) en desmedro del otro (la UCR). Confluyeron allí un espíritu atolondrado y una mal disimulada pedantería pedagógica. La historia no admitía la paciencia, por cuanto el adversario principal (la dependencia, el estatismo, el hambre radical) vestía el intolerable rostro de la ignominia. Por lo demás, el peronismo acuñaba los favores del pueblo trabajador pero carecía de elaboradas plataformas como para llevar sus inquietudes a buen puerto. La opción tomada por ambas fuerzas las desbarrancó hasta el fondo del precipicio. Justo es decir, sin embargo, que al partido de Alvaro Alsogaray le fue algo mejor que a las huestes de don Oscar Alende. Ambos desaparecieron, pero la conversión brutal del justicialismo al credo neoliberal combinó seducciones de Washington con las pamplinas doctrinarias que el Ingeniero supo exponer otrora con perseverancia. El Frepaso se aproxima a idéntico abismo. Alarmado frente a las tinieblas de la perpetuación menemista anudó alianzas con un partido que (siempre su supo) cobija en su seno progresismos encomiables pero también (en proporciones que dejo a juicio del lector) punteros con uniformes de dirigentes y ajustadores con buenos modales. Preconizando las virtudes de una cultura de coalición terminó acorralado por un grupo de yuppies con ínfulas de estadistas. Dispuesto a tensionar ideológicamente a la Alianza debió protagonizar inverosímiles controversias programáticas con Domingo Cavallo y Fernando de Santibañes. Preocupado por exorcizar la esterilidad testimonial de las izquierdas encumbró a un ministro salpicado por los escándalos del Senado y a una ministra que prohijó a un cuñado que aún recorre tribunales. En ejercicio de la plena sinceridad, no sólo la Alianza ha sido un fracaso, sino que constituirla fue un error estratégico del Frepaso que hoy Chacho Alvarez paga demasiado caro con su rotundo ostracismo. Se malgastó un capital tan incipiente como prometedor por pecar de angurria, por buscar un atajo, por querer un presidente ya, por apresurar una dinámica histórica que habitualmente respeta celosamente sus tiempos. ¿Alguien puede asegurar (esgrimiendo consistente evidencia empírica) que un gobierno de Duhalde y Ortega hubiese hecho peor lo que Fernando De la Rúa hace sin dudas mal? La historia argentina certifica la endeblez y labilidad de las terceras fuerzas; nuestro presente sin embargo reclama su presencia. Las razones que dieron origen al Frepaso permanecen incólumnes. Ni el radicalismo ni el justicialismo como totalidades orgánicas parecen en condiciones de garantizar un programa y una acción consecuente que articulen calidad institucional, modernidad productiva e igualitaria apropiación de la riqueza. El voto bronca del 14 de octubre (contundente repudio cívico del que obviamente el Frepaso no salió ileso) así lo testimonia. El Frepaso aún está a tiempo de evitar su prescindencia definitiva como actor político relevante. Deberá, con autocrítica humildad y sin fútiles urgencias, refundar la centroizquierda convocando a todos aquellos que conciban a la política como compromiso con los que más sufren, a la movilización popular como savia de cada transformación perdurable y a la distribución del ingreso como primer paso para reactivar no sólo la economía sino también la ya muy maltratada esperanza popular. (*) Concejal del Frente Grande
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|