Mauricio Tallone
La mirada se estaciona en la casa de Eliotropo al 1900, en un resquicio del barrio Las Flores, laberinto de pasillos caóticos y casas emparchadas, ahí donde la zona sur de Rosario prepotea con Villa Gobernador Gálvez. Hay una piecita de tres por cuatro pintada color ladrillo, apenas barnizada por un tenue haz de luz, debilucho después de perforar la ventanita de no más de 60 centímetros, que más que una ventana se parece a un agujero. Un televisor de marca indescifrable, pero fiel como la llovizna que cubre invariablemente la pantalla, reproduce las imágenes de un pibe que otea un horizonte imaginario. Hernán Sapito Encina desgrana con tono íntimo las secuelas de una tarea soñada. Sólo de eso parece estar construida hoy su memoria. A más de 24 horas de su bautismo goleador en el clásico ante Newell's, el Sapito intenta explicar que la mano de Dios ha intervenido sobre su felicidad, la ha diseñado de tal manera hasta convertirla en un momento irrepetible. Pero gana la moderación. No hay forma de hacerle entender que su rendimiento ante Newell's es el atajo que suele brindar el fútbol para hacer el curso acelerado de ídolo. "No, ídolo es Pizzi, fue el Negro Palma. Pero yo recién empiezo y sólo le hice un gol a Newell's". Hace bien el Sapito en no creérsela. Al fin de cuentas el domingo sólo dio algunas materias con buenas notas, pero no alcanzó para graduar al equipo con el diploma de ganador. Ahora la escena se traslada al sábado por la noche, sobremesa en el hotel Presidente, lugar de concentración canalla. Una charla sin rumbo, como todas las charlas de amigos. César Chelito Delgado habla bajito como siempre, mientras el Sapito, gran compañero de travesuras en los potreros del barrio Las Flores, tira una idea que se clava como un rayo directo al corazón de sus orígenes: "Si mañana hago un gol muestro la remera de Aguante Las Flores". Lo que sigue es más o menos la historia conocida. A un día y medio de aquella confesión, un Sapito onda agua de tanque rememora la arremetida eléctrica que quebró el resultado cuando el clásico empezaba a acomodarse. "Soñaba con hacerle un gol a Newell's. Se lo dije al Chelo la noche anterior y lo había dicho el lunes pasado cuando también me hicieron una nota para Ovacion", contestó una de las figuras canallas, revelando esa timidez de una edad cuando siempre hay piedra libre para el asombro. "Cuando vi que Juan me bajaba la pelota y yo le ganaba a Dueña para empujarla al gol, no lo podía creer. Me quería abrazar con todos, se me cruzaron un montón de imágenes por la mente. Mi familia, mi novia, todo el barrio Las Flores", siguió agradeciendo. Encina tiene apenas 19 años -los cumplió el 3 de noviembre-, pero a juzgar cómo juega parece desafiar el almanaque. Es que en la dinámica de las situaciones límite los procesos de madurez se aceleran. Y este pibe ya empezó a transitar por esas etapas. El guión que escribió el domingo es un clásico, se asemeja al de tantas promesas que recurren a un relato de desventuras y necesidades simétricas para dejar florecer sus sensaciones. "Creo que el equipo hizo un gran partido. Después del gol mío tuvimos algunas chances para aumentar el resultado pero no las supimos aprovechar. En eso fallamos, al final el empate dejó más conforme a los hinchas de Newell's. Yo estoy contento porque jugamos bien en cancha de ellos, no me importa que los leprosos festejen empates", fue sus únicas palabras que rayaron el análisis. Jota Jota lo doró a fuego lento. Primero lo sumó al plantel, después lo mechó en el equipo con responsabilidades menores y, finalmente, lo acomodó entre los titulares. Y Encina adquirió vuelo propio. "Digo lo mismo que dije después del partido ante Independiente: no me siento titular. Yo sé que hacerle un gol a Newell's es muy importante, pero no me creo para nada ídolo de la hinchada". Hace bien el Sapito en no creérsela.
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