Como no sabe cómo ni cuándo murió su hijo, a María Cristina Caminos le cuesta mucho elaborar el duelo. "Todos me dicen que me quedan ocho hijos, pero no es lo mismo. Julio era especial, porque además de mi hijo era mi hermano y mi amigo. Jugaba conmigo, me hacía upa, siempre íbamos por la calle muertos de risa. A Julio nunca lo vi triste", expresó la mujer en la entrevista que mantuvo con La Capital. Y ese es otro punto que la desvela: no hubo ningún cambio en la personalidad de Julio, ninguna alteración en su vida y ninguna carta de despedida que indicara que el muchacho planeaba suicidarse. Julio Leandro Alfonso tenía 22 años cuando apareció muerto. El joven trabajaba en un lavadero de autos del centro de la ciudad y además se hacía tiempo para estudiar computación y dibujo. Planeaba viajar a Estados Unidos para establecerse económicamente y luego llevar a su madre y hermanos a vivir con él. "El siempre me decía: «Con todo lo que yo sé hacer, allá voy a poder ahorrar»", contó la mujer. Julio se crió con los abuelos. Cuando tenía 9 años falleció su abuela y su abuelo volvió a casarse. Esa nueva familia fue la que convivía con el joven hasta el día de la extraña muerte. "Yo lo quise llevar a vivir conmigo pero él no quería dejar solo a su abuelo", contó Caminos. Desde que se fue a vivir a Buenos Aires -cuando Julio tenía 18 años- el muchacho la visitaba una vez por mes y la llamaba a diario por teléfono. "Quince días antes de morir había ido a visitarme y me llevó de regalo esta cadenita y un buzo blanco", recordó la mujer. "No sé por qué pasó todo esto. Creemos que es por la herencia de la casa. Porque nosotros pedimos la herencia en agosto y, oh casualidad, en noviembre me lo matan".
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