Cuando hablamos de hipoacusia y sordera, en general se hace mucho hincapié en el déficit auditivo: en lo poco o mucho que escucha un individuo, los tonos, el nivel de pérdida auditiva, sus causas y todo tipo de parámetros vinculados a cuestiones médico-fisiológicas. En ocasiones, tanta es la importancia que se le presta a la falta de audición, que sólo se habla de "el sordo" (como sustantivo), olvidando que ante todo, estamos frente a un sujeto que posee entre sus atributos la sordera (como adjetivo).
Se habla de audición, cuando se podría comentar por ejemplo sobre la competencia lingüística, o mejor, sobre la adquisición de la palabra, pero no desde una perspectiva evolutiva.
Recuerdo la pregunta de una mamá (psicopedagoga de profesión) que a partir de la dificultad de su hija comenzó a preguntarse ¿qué es lo que hace que un chico hable? Aquí no se planteaba ninguna teoría piagetiana o evolucionista, sino que el cuestionamiento apuntaba al deseo, al deseo de hablar.
En su libro "Veo una voz", Oliver Sacks plantea la dificultad que tienen muchas personas sordas para comprender, y a veces "no poseen ese instrumento lingüístico que proporcionan las formas interrogativas". También la licenciada Marie Françoise Laborit habla sobre "miseria simbólica", definiendo así a las pocas palabras que en ocasiones tiene un sujeto para decir sobre él, o el doctor Jacques Laborit, quien afirma que en el campo científico "se olvida que todo ser humano es ante todo un ser de lenguaje...".
Estos conceptos me remiten a una experiencia personal vivida durante el desarrollo de un congreso sobre psicoanálisis en Río de Janeiro, Brasil, en el cual una colega presentaba una experiencia clínica idéntica a la expuesta en mi trabajo momentos antes. Esta inesperada coincidencia, que en ciencia jamás podremos evaluar como casualidad, nos hace pensar en la estrecha relación que existe entre la adquisición de la palabra hablada, la consecuente competencia lingüística y la estructuración psíquica.
Significado de las palabras
Seguramente, cada uno de los que trabajamos en esta temática, podemos contar más de un caso en el que esté involucrado un niño, adolescente o adulto que desconoce palabras que consideramos elementales, u otras que a pesar de utilizarlas mecánicamente, no sabe su significado. Claro ejemplo es el caso de un paciente que al preguntarle sobre sus abuelos, en primera instancia creyó no conocer la palabra; luego a través de la seña, se acordó del significante abuela/abuelo. Pero, para sorpresa de la madre, él nunca había adquirido la significación de la palabra abuela: la mamá de mamá o la mamá de papá. Es importante señalar que estamos hablando de un adolescente de 14 años, escolarizado desde el año y medio de edad, que concurre a una escuela especial y utiliza, aunque limitadamente, la lengua de señas.
Otro ejemplo significativo es el comentario de una mamá, diciendo que a su hija de 5 años la habían promovido a un nivel superior en la escuela especial, por ser capaz de repetir cierta cantidad de palabras, aunque éstas fueran sólo signos vacíos de contenido. ¿Creerán que adquirir la palabra es clonar un diccionario?
"Miseria simbólica"
Hoy, a partir de la práctica clínica del psicoanálisis, puedo afirmar que la competencia lingüística (es oportuno aclarar que no hago distinción entre la palabra enunciada en forma oral o en lengua de señas) de una persona sorda, no sólo dice sobre lo que Marie Françoise llama "miseria simbólica", sino que además es un indicador de cómo fue evaluada y entregada la confirmación del diagnóstico de hipoacusia o sordera.
Cuanto más científica e impersonal es la devolución y más medido está el déficit (tonos, decibeles, tipo de curva, etcétera), más callados quedan los padres. La consecuencia inevitable es la mudez. Mudez que se suelda al niño que se creía sordo y a partir de ese momento se transforma en sordomudo (como unidad indivisible). Con esa objetividad en el informe, que pretende ser serio y sólido, sólo se evaluó una función, obstaculizando toda manifestación subjetiva. El "sujeto" queda convertido y reducido a una única función, a un solo valor.
La competencia lingüística es también un indicador de cómo los padres aceptaron el diagnóstico y elaboraron el duelo que éste conlleva (si hablamos de hijos sordos y padres oyentes). La posibilidad de hablar sobre lo que sienten, darle un lugar a la angustia y al dolor, en definitiva tener un lugar de sujeto permitirá, tomar al hijo, enlazarlo y adoptarlo, incluyéndolo en la cadena filiatoria. Sólo dándole al hijo un lugar en el árbol genealógico, éste podrá acceder al don de la palabra: oral, escrita o señada.
Sabemos que si un niño hasta los 5, 6 ó 7 años no cuenta con una competencia lingüística mínima, lamentablemente no hace falta ninguna adivina, ni bola de cristal, ni cartas de Tarot para hablar sobre su "miseria simbólica", su pobreza y su predisposición a la debilidad mental y la psicosis, por quedar más expuesto al goce y a la demanda del otro, la cual puede llegar a ser devastadora. La palabra no sólo nombra al objeto, sino también construye y ordena un mundo, le da forma.
Sin competencia lingüística, sin palabras, quedan fuera de toda cuenta y todo cuento. Mudos y sin contar o contando para muy pocos. Mudos y sin pensar. Mudos, mortificados y sorprendidos cuando alguien les pregunta por sus deseos: ¿acaso tienen derecho? Saben sobre el deber y poco sobre el querer.
Con pocas palabras en el haber ¿cómo puede un sujeto hablar sobre lo que siente?, ¿cómo expresarse?, ¿cómo domesticar la pulsión cuando son pocos los significantes para cubrir lo real del cuerpo?, ¿cómo no pensar en la hiperkinesia, la agresión o la pelea si no existe una palabra para mediar? Con tal despojo, pensar en lazos es una utopía. Todo lo expuesto, nos lleva a pensar en la relación existente entre la adquisición de la palabra y el lazo social, términos esenciales para que un sujeto pueda contar... y ser. Sabemos que ningún sujeto (más acá o más allá de la sordera) jamás podrá contar ni apropiarse de su historia si antes no son los padres quienes la cuentan, lo incluyen en ella y se la obsequian como la mejor y más preciada herencia.
Rosa Aronowicz
Psicóloga
Presidenta de la Asociación Civil Voces en el Silencio
(Fuente: Revista El Cisne, publicación de la Red de Asistencia Discapacidad)