Marcelo Menichetti
"Orquesta de Señoritas", la pieza de Jean Anohuil que en 1974 adaptó el director Jorge Petraglia utilizando actores para los papeles femeninos, subió a escena el sábado último en el Auditorio Fundación Héctor I. Astengo. La puesta que dirigió Manuel González Gil, contó con un elenco de actores muy compacto y de parejo desempeño, integrado por Horacio Fontova, Gustavo Garzón, Norberto Gonzalo, Gabriel Goity, Jorge Paccini, Jean Françoise Casanovas y Héctor Presa, quienes le dieron nueva vida a esta pieza que, cíclicamente, retorna a los escenarios argentinos. El solvente director que el año pasado mostró en Rosario la impecable "Porteños", puso el cuidado que lo caracteriza en la elección de los actores. La comedia teñida de algunos rasgos libertarios que caracterizaron la obra de su autor, narra las vidas de los integrantes de la curiosa compañía. Un presentador y un pianista son los dos únicos hombres de la empresa artística. El resto es un sexteto de mujeres que fatigan escenarios de la convulsionada Europa de los años 20 y 30 en el texto original y en la década del 50 y en una confitería de Buenos Aires, en la versión de Manuel González Gil. El planteo argumental es sencillo y efectivo. La orquesta toca y cuando descansa cada una de sus integrantes muestra su personalidad. Cada radiografía personal refleja la decadencia de una sociedad que se manifiesta a través de las mujeres atormentadas, frágiles criaturas que son fácilmente atravesadas por las crueldades del siglo XX. El rol del pianista de la orquesta es compuesto por Horacio Fontova. El artista confirma en esta oportunidad que sus dotes como actor corren parejas con sus habilidades como músico, pasión que le valió la popularidad pero que hoy queda relegada ante este presente tan rico en el teatro. Quizá su fisonomía, o acaso su habilidad y desparpajo, sean los rasgos causantes de que, ante cada aparición suya en escena, inmediatamente se materialice la impronta de Alberto Olmedo. La traslación de la pieza a los escenarios argentinos y la puesta de Manuel González Gil ubican la acción en una confitería porteña del barrio de Once (aunque también podría ser La Ideal de la calle Suipacha), sitio que consigue evocar la escenografía de Alberto Negrín. El vestuario de los personajes adquiere fundamental importancia al tratarse de actores que asumen roles de mujer. Los trajes creados por Pepe Uría acentúan el patetismo que sobrevuela el humor acre que practican los personajes. Gabriel Goity, en el papel de la intolerante directora de la orquesta, confirma que las fronteras de sus posibilidades actorales siguen abiertas y reservan aún mayores sorpresas. Jean Françoise Casanovas le pone el cuerpo a una bandoneonista que quizá no sorprenda demasiado porque el actor compone a menudo personajes de mujer. La comedia, aligerada en relación a su versión original y con personajes que abandonan fugazmente la oscuridad a las que las condena el relegamiento social, intenta mostrar otra perspectiva de las víctimas de una sociedad impiadosa y consigue su objetivo. Esto es, entretener sin olvidar algunos rasgos de patetismo que exhiben los personajes de la época. Gustavo Garzón, en el papel de una celosa violinista, también logra que su personaje llegue a buen puerto y convenza, superada la primera impresión que provoca el travestismo, desde su tormentosa vida. El resto del elenco cumple con los roles asignados sumando sus aportes a una buena obra teatral que se apoya en un sólido libro, cualidad que confirma el paso del tiempo y su condición de clásico de diferentes épocas en el teatro nacional.
| La pieza teatral devela los secretos de seis mujeres. | | Ampliar Foto | | |
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