Año CXXXIV
 Nº 49.281
Rosario,
viernes  26 de
octubre de 2001
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Editorial
Una actitud injustificable

Como consecuencia de las declaraciones que realizó durante el transcurso de una entrevista publicada por La Capital el pasado 14 de octubre, el profesor Hugo Quiroga se convirtió en la inesperada víctima de una situación lamentable. El "escrache" -tal el nombre de la modalidad adoptada para coartar su libertad de expresión- se produjo el lunes pasado en la sede de Gobierno de la Universidad Nacional de Rosario, donde el reconocido docente iba a participar de un seminario destinado a debatir "Los problemas de la Argentina y la Universidad, hoy", organizado por el Centro de Estudios Interdisciplinarios. Pero el debate no llegó a ser tal, debido a la destemplada actitud de un grupo de autoritarios que lo impidió de la peor manera: simplemente, mediante el empleo de la violencia, gritos y escupitajos incluidos en el patético repertorio.
Los así llamados "escraches" nacieron en la Argentina como la indudable secuela de una palmaria injusticia. Las leyes de punto final y obediencia debida dejaron en su momento sin castigo a centenares de comprobados represores, que en la actualidad caminan libremente por la calle después de haber cometido crímenes atroces en el marco de la última dictadura. Así, como un modo de repudio y condena moral se originaron estos procedimientos, que hoy se continúan realizando, encabezados en general por integrantes de los organismos de derechos humanos. Pero una cosa está clara: no fue para estigmatizar a personas como Hugo Quiroga que se idearon estas curiosas modalidades de protesta pública. En el caso que nos ocupa, resulta manifiestamente visible una profunda y perversa tergiversación de los principios que alimentan la concreción de estos hechos.
Por fortuna, el disenso con semejante comportamiento fue unánime; partió desde todos los sectores de la comunidad, con referentes destacados como el rector Ricardo Suárez. Los gremialistas de Coad que impulsaron el intolerante -e intolerable- "escrache" sintieron más que nunca el sabor amargo del aislamiento. Sucede que quienes se plantan delante de la sociedad como los paladines de la defensa de la escuela pública no pueden darse el lujo de convertirse en portavoces y fogoneros de actitudes soberbias ni autoritarias. La condena a tal actitud debe ser no sólo política, sino ética. Porque en el marco del sistema democrático el diálogo es la base de cualquier construcción duradera.


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