| | Reflexiones ¿Cómo defenderse del terrorismo?
| Mario Strubbia (*)
El ataque terrorista a las Torres Gemelas replantea la cuestión acerca de si es lícito replicar al terrorismo con más terrorismo. He leído que el vicepresidente de EEUU, Dick Cheney, invitó a la CIA a "ensuciarse las manos", pues "trabajar con los buenos no siempre es suficiente para descubrir qué hacen los malos".
(¿Ha sido abyecta la "guerra sucia" interna que vivimos en Argentina, y es, en cambio, recomendable la "guerra sucia" internacional emprendida contra el terrorismo?).
El Washington Times ha escrito que "la estrategia antiterrorismo exige que se permita el asesinato". Contrariamente, y esto es obvio, el ideal propuesto por el cristianismo es la paz. ("Mi paz os dejo, mi paz os doy", Jn. 14, 27). (Mt. 5, 9: "Bienaventurados aquellos que hacen reinar la paz"). Más aún: el Sermón de la Montaña condenó la ley del talión y, parece, aconsejó prohibir todo uso de violencia, incluso para protegerse de injustas agresiones ("No toméis represalias contra el malvado; y si alguien te pega en la mejilla derecha, preséntale también la otra..."; Mt. 5, 38-39). Sin embargo, la "no violencia absoluta" (colectiva o individual) no es obligatoria y, más aún, debería descartarse cuando por apelar a su práctica pueden perecer los inocentes o los más débiles.
Amén de ello, una no violencia ilimitada serviría de estímulo a "crímenes individuales de todas clases, totalitarismos, violaciones de los derechos de las minorías étnicas o raciales, guerras de agresión, explotación económica del hombre por el hombre", (Coste René, "Las comunidades políticas", Herder, p. 328).
Cabe puntualizar, por tanto, que la legítima defensa fue reconocida por Cristo, que propuso como ejemplo la fe del centurión, quien era oficial del ejército romano y podía verse constreñido a cumplir sus obligaciones estrictamente militares (Lc. 7, 9) y San Juan Bautista no reclamó a ninguno de los soldados que preguntaban cómo debían prepararse para la venida del Reino de Dios que abandonaran su profesión militar (Lc. 3, 14).
No obstante, cabe advertir que la legítima defensa debe ejercerse después de haber intentado todos los esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas negociadas, y sin incurrir jamás en el uso de medios "intrínsecamente malos" ("El asesinato, por ejemplo, la tortura, el robo, conservarán siempre esta calificación", René Coste, op. cit. p. 79).
La ley 25.241 (Boletín Oficial del 17/3/2000) definió como hechos de terrorismo "las acciones delictivas cometidas por integrantes de asociaciones ilícitas u organizaciones constituidas con el fin de causar alarma o temor, y que se realicen empleando sustancias explosivas, inflamables, armas o en general elementos de elevado poder ofensivo, siempre que sean idóneos para poner en peligro la vida o la integridad de un número indeterminado de personas".
El prestigioso profesor de la Universidad Católica de Toulouse recordado más arriba nos ha legado un sabio consejo y conclusión: "Para una comunidad política, como para todo ser humano, vale más perder la vida que las razones de vivir... ¿Qué objeto tiene pretender ser los campeones de la civilización si se recurre a la misma barbarie que el adversario?".
El mayor triunfo del terrorismo (interno o externo) sería obligarnos a asumir sus mismos métodos o verificar que los hemos absorbido espontáneamente. Conviene observar que una cosa es "dar la vida para" que "los demás vivan", y otra, harto distinta, "matar con actos intrínsecamente perversos o inmorales" para "seguir viviendo".
Imitar esta última actitud con guerras nucleares, bombardeo de ciudades, genocidios, ataques bacteriológicos -aun bajo el atuendo engañoso de una pretendida legítima defensa- sería copiar el modelo terrorista, confesar el fracaso de nuestra cultura, supuestamente humanista y cristiana, y convertir el planeta en un infierno que el mundo no desea.
(*)Abogado. Profesor de Doctrina Social de la Iglesia en el Seminario Arquidiocesano San Carlos Borromeo
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