| | Editorial El agua en el horizonte
| El drama que viven los colonos del sur de nuestra provincia, junto a los de La Pampa, Córdoba y noroeste de Buenos Aires, como consecuencia de las inundaciones, resultaría inexplicable en un país desarrollado y cualquier observador se preguntaría si se trata de un estado de autodestrucción, por los numerosos factores que operan desde hace bastante tiempo sin que medie una alternativa para atenuar la situación. Se trata de una de las regiones más productivas del país, con grandes establecimientos agropecuarios, fuente de desarrollo constante y clave para el ingreso de divisas, en una nación caracterizada desde siempre por su perfil agroexportador. La obligación primera es, por lo tanto, proteger ese bien, tan preciado en otras regiones del planeta, de cualquier amenaza que afecte su existencia, llámese esto agentes climáticos o mal uso de las tierras. Desde luego, no se puede negar que se implementaron ciertos paliativos y que las administraciones que se alternaron en los gobiernos provinciales y nacionales han intentado una solución de fondo. Pero entre la falta de empeño para sostener una iniciativa, de sensibilidad para comprender la urgencia de los productores agrícolas y de solidaridad entre las provincias, todo fue quedando en grandes promesas, a la espera del inicio de las obras esenciales que permitan resolver el problema estructural. Dos meses atrás, los habitantes de la zona circundante a la laguna La Picasa alertaban a funcionarios y legisladores que el advenimiento de un período de lluvias ponía en serio riesgo el futuro de miles de hectáreas. Clamaban por rápidas medidas y que el gobierno nacional pusiera el tema en un primer lugar de su agenda, al tiempo que rogaban que el clima jugara a su favor. Lejos de esto, la naturaleza volvió a castigar con un fuerte temporal -del que aún no se puede dar por concluido- provocando pérdidas millonarias y un panorama desolador para muchos productores que entregaron toda una vida para sostener sus campos. En tanto, las medidas requeridas se fueron perdiendo en el ambiente preelectoral instalado y el gobierno nacional se enfrascaba en la definición de su nuevo gabinete. La consecuencia de tanta desidia, falta de sentido común, de práctica política elemental o si se quiere de instinto primario para defender un patrimonio tan valioso como privilegiado, es la pérdida total de grandes extensiones de tierras cultivables. ¿Podrá entonces la dirigencia política asumir cabalmente sus errores y comenzar a actuar antes de que sea demasiado tarde e irremediable para todos?
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