Aun cuando pueda ser discutible, si el 11 de septiembre pasado se inició una guerra, o si ésta tuvo comienzo con los ataques del domingo 7 de octubre, no caben dudas de que se trata de acciones y reacciones violentas que obligan a pensar en "el día después" de las mismas.
Pese a que las causas anteriores y los efectos posteriores implican múltiples ámbitos y variables, nos atrevemos a suponer que su núcleo no es otro que el del poder, alrededor del cual es factible y conveniente concentrar nuestro análisis para interpretar el acontecer, intentar predecir el futuro y obrar en consecuencia.
La acción terrorista concretada contra EEUUafectó su poder en cuanto éste significa la influencia que deriva de ser considerados confiables, respetables, creíbles, necesarios o, por lo menos temibles.
Antes del 11 de septiembre, queridos por simpatía o conveniencia por unos, y no queridos por antipatía, recelo o envidia por otros, Estados Unidos reunían, en diferentes dosis, las condiciones inherentes que atribuimos a ese poder. Eran confiables, respetables y creíbles como sistema político, institucional, legal, económico y de seguridad, preventiva y defensiva, lo eran para vivir, para viajar, para invertir y hasta para refugiarse en sus activos, en sus mercados, en su moneda.
Eran necesarios para asociarse, para intercambiar, para respaldarse y hasta para protegerse de la posible agresión de terceros, aunque esto último, algo menos después de la caída del Muro de Berlín y de la irrupción del mundo unipolar emergente, que concentró en Estados Unidos el máximo y más amplio poder que registre la Historia.
Por cierto que eran más temibles antes que se evidenciara su vulnerabilidad y que pudieran alcanzarse tan importantes resultados con tan reducidos costos por parte de quienes se atrevieron a desafiar ese poder. Si bien hasta aquí cabe reconocer con satisfacción que la reacción norteamericana fue menos violenta, intempestiva y generalizada que la que pudo suponerse, sabemos que por todos los medios a su alcance Estados Unidos quiere y debe intentar que se restablezca, en la mayor medida y menor tiempo posible, la situación preexistente al atentado.
Creemos que es por ello que buscaron y lograron adhesiones, para no estar tan solos en la réplica, así como también procuraron aislar a quienes identificaron como enemigos y autores del ataque y a sus protectores. Igualmente, luego de una encomiable autocrítica corrigieron o atenuaron actitudes y conductas caracterizadas por la rigidez, la automaticidad y, no pocas veces, el dogmatismo y hasta la soberbia, en cuya tentación suele caer la hegemonía.
Es así que revisaron y reforzaron sus servicios de seguridad, prevención e inteligencia, comenzaron a regularizar sus demoradas obligaciones con las Naciones Unidas, cambiaron su posición en Palestina, incluyeron en sus acciones gestos humanitarios, solidarios y de sensibilidad, frente a lo que venían admitiendo como desigualdades propias e inevitables del sistema y de la globalización.
Pero aun así debe reconocerse que no obstante no es ilimitada, permanente, ni sin costo o riesgo, la capacidad de maniobra puesta con prontitud en ejecución para enfrentar la emergencia, ni que ésta misma, por crítica que se la considere autoriza a descontar un estado de excepcionalidad tan prolongado que anule o difiera indefinidamente la necesaria previsión y preparación para "el día después".
Es indudable que los Estados Unidos y el mundo todo, requieren que se recupere lo antes posible, y en la mayor medida, interna y externamente, la confiabilidad, el respeto y la credibilidad, aun cuando no se eliminen la inseguridad y el riesgo propios de la dinámica cambiante de nuestro tiempo, pero haciéndolos más tolerables y acotables, para poder convivir, proyectar, invertir y crecer con ellos, al reducir su incontrolabilidad, y volverlos, objetiva y subjetivamente, más ponderables y predecibles, dentro de cierto rango.
Debe también EEUU volver a ser nuevamente necesario, o por lo menos de difícil, lejana y costosa sustitución, por afecto, convicción o conveniencia, de modo tal que, descartando la neutralidad o indiferencia, resulte preferible estar más próximos a ellos que distantes y más amigos que hostiles. Mal que nos pese debe, incluso, volver a inspirar temor en sus anticipaciones y en sus respuestas para con quienes más que rivalizar o competir se animen a desafiarlos o atacarlos.
Aunque pueda no gustarnos, ello es así, entre otras razones porque el ejercicio del liderazgo que implica el poder no admite parcializarse, compartirse ni dudarse de él. Se lo asume pleno, total y único o se lo resigna, dejando el vacío que otro se atreverá a ocupar.
Aunque estemos comprometidos con la pluralidad y la apertura no se nos debe escapar que esta característica del mundo de hoy está referida tanto a las ideas como a las reglas y a los comportamientos, por lo que incluye el amplio espectro de la política, las instituciones, las normas.
Las decisiones clave
El campo instrumental de los medios que atañen a lo económico, si bien inicialmente los Estados Unidos y otros grandes centros del poder económico flexibilizaron y hasta llegaron a relajar los "standards" de la política monetaria y fiscal, más tarde o más temprano deberán restablecer la disciplina para que tanto la oferta monetaria amplia, como las tasas de interés reguladas por la Reserva Federal y otros grandes Bancos Centrales, así como el equilibrio de las cuentas públicas, eviten los males mayores que podrían derivarse de la desconfianza y los temores acerca del futuro, especialmente de los Estados Unidos y de su política económica, para no incurrir, por ejemplo, en los graves riesgos que afronta una economía como la de Japón, por lo errático y no siempre racional de sus políticas.
El cuidado con las primeras medidas
Podría resultar muy peligroso que las decisiones iniciales para evitar el pánico o las posteriores para recuperar el crecimiento a través de políticas anticíclicas, monetarias y fiscales, pudieran inducir a comportamientos defensivos que descontaran los riesgos del futuro, como parecen indicarlo, entre otras señales, la brecha entre las tasas de interés de corto plazo que llegaron a descender el 1,5% anual, en las transacciones diarias y los rendimientos de los bonos del Tesoro en los Estados Unidos y las obligaciones de largo plazo que llegaron a oscilar entre un 5,6% los primeros y más del 6,5% anual, las últimas.
Finalmente, tales instrumentaciones de políticas económicas activas no deberían desalentar ni obstaculizar la recuperación vital de un sistema económico como el norteamericano cuya elevada productividad y crecimiento, baja inflación, alto nivel ocupacional y de creación de empleos, disciplina monetaria y superávit fiscal con progreso social compartido llegaron a constituirse hasta hace muy poco en referentes y motivos de emulación positiva en casi todo el mundo.
La liquidez ampliada de la oferta monetaria no debe exceder a su demanda, derivada de las transacciones reales, ni el gasto público debe desatenderse del valor agregado que lo condiciona y legitima, ni los desequilibrios macroeconómicos deben afectar la productividad ni inhibir el emprendimiento y la capacidad innovadora, creadora y tomadora de riesgo acotado y tolerable, de las decisiones microeconómicas individuales y sociales, auténticos motores del desarrollo económico, social y humano.
No debemos olvidar, para ello, que el comportamiento económico supone racionalidad y previsibilidad, para intentar la maximización de los resultados obtenidos con una eficiente y eficaz asignación de los recursos en un dilatado horizonte intertemporal de planeamiento, compartiendo en paz social, libertad, igualdad de oportunidades y movilidad ascendente los costos y los beneficios de emprender la búsqueda de un futuro mejor factible, para todos los que se sientan convocados en su procura y en el esfuerzo de intentarlo y hacerlo realidad, en un mundo y en un tiempo posibilistas, abiertos y no necesariamente tan desiguales.