María Lourdes Bertozzi
Cuando la carretera se acerca definitivamente a la ciudad brasileña de Ouro Preto, un gran letrero la anuncia como Patrimonio Histórico de la Humanidad, categorizada así por la Unesco, que la puso de esta manera en un mismo plano que Venecia, Atenas y Praga y tantos otros sitios maravillosos que el hombre debe conservar intactos como testimonio y reserva de su devenir cultural a través de la historia. Después de recorrer 90 kilómetros de camino montañoso desde Belo Horizonte, la moderna capital del Estado de Minas Gerais y tercera ciudad del Brasil, se llega a la antigua Ouro Preto (Oro Negro), la población que antaño fue la más rica del mundo. La otrora capital de ese estado debe al oro su nacimiento y gran fama. A fines del siglo XVII, Fernando Dias de Leme avanzó hasta esa región del interior brasileño en busca de riquezas minerales como las halladas por los españoles en otros lugares de América. No colmó sus aspiraciones pero abrió un camino nuevo hacia inexplorados territorios. Años más tarde, algunos de los miembros de esa expedición, encontraron en los alrededores del pequeño poblado de Villa Rica, unas extrañas piedras negras que después de ser analizadas en Portugal, resultaron ser oro, "oro negro" por la alta concentración de óxido de hierro que había en el suelo. La novedad se propagó como un relámpago que produjo una verdadera migración en masa y ese descubrimiento causó la "fiebre del oro", en Brasil. Todos, empresarios y aventureros, querían enriquecerse en aquella apartada comarca de las sierras de Itacolomi y para usar mano de obra se llevaron esclavos africanos. En el siglo XVIII, durante cincuenta años, Ouro Preto fue la ciudad más rica del mundo, acompañada por las cercanas poblaciones de Mariana, Congonhas, SÉo Joao del Rei, Sabara y Diamantina. En ese siglo fueron extraídas 1,200 toneladas de oro y diamantes. Tanta riqueza, que se agotó al finalizar esa centuria, dejó huellas maravillosas que sobrevivieron a la mera explotación de los yacimientos. Porque los activos y poderosos mineros llevaron artistas y arquitectos que tuvieron un campo infinito para sus creaciones. Se levantaron magníficas mansiones y edificios oficiales que remplazaron las primitivas construcciones de adobes. No obstante, lo más esplendoroso fue la arquitectura sacra, promovida por hermandades de laicos pues Portugal había prohibido a las órdenes religiosas el ingreso a Minas Gerais. Así surgió el mayor conjunto arquitectónico barroco del país, que es el estilo que representa el pilar fundamental de la auténtica cultura brasileña: el llamado estilo barroco luso-brasileño, una manifestación propia, producto de un mestizaje formalmente rico y pleno de originalidad. En Ouro Preto se erigieron trece iglesias características, con dos torres, en mampostería de ladrillos y piedra, con tejas de terracota, encaladas y perfiladas en ocre y gris azulino, que coronan generalmente las alturas de las colinas. Las hermandades de blancos levantaron los templos de San Francisco, del Carmen, de Nuestra Señora del Pilar, entre otros, Nuestra Señora del Rosario y Santa Ifigenia, este último encomendado por Chico Rei, jefe de una tribu africana, quien pudo explotar el oro y con su fortuna compró su libertad y la de corte. En todas estas iglesias resulta fascinante la decoración profusa, rica en oro, en colorido, en fantasía de formas y especialmente en la riqueza escultórica, tanto en los relieves de sus fachadas como en la imaginería. Las esculturas más notablemente bellas y originales las realizó Francisco Antonio Lisboa, nacido en Ouro Preto en 1730 de un arquitecto portugués y una esclava africana, llamado popularmente Aleijadinho (el lisiadito) a causa de una enfermedad degenerativa de su cuerpo, que a pesar de su índole progresiva no le impidió dejar una obra grandiosa, única en toda América por sus originales características formales y expresividad. El Aleijadinho fue además arquitecto y decorador y su arte tiene un sentido de unidad plástica inseparable, propio del barroco, expresado en complejos trabajos ejecutados en templos de la región. Ouro Preto también ofrece al visitante el notable edificio del Palacio Municipal y Prisión, cuya construcción se inició en 1784, actual Museo de la Inconfidencia en la Plaza Tiradentes, sobre la cual se eleva el Palacio de los Gobernadores, actual Escuela de Minas y Metalurgia de Minas, también Museo de Mineralogía; la muy interesante Casa dos Contos, de 1783, que originariamente fue una residencia y después fue dedicada al Tesoro, donde se fundía el oro, se acuñaban monedas. El trazado de las calles se ajusta a la accidentada geografía del lugar, con curvas y pendientes pronunciadas que acentúan el pintoresquismo de la ciudad. La calle del Conde de Bobadella que es quizás la principal, baja en fuerte declive desde la Plaza Tiradentes, bordeada de una colorida arquitectura que alberga restaurantes de platos típicos o comida internacional y negocios dedicados a la venta de las características artesanías en metal o piedra jabón, la misma que usó -además de la madera policromada- el prodigioso Aleijadinho para fachadas. Pero merecen destacarse las joyerías de renombre internacional que sobre todo en la Plaza Tiradentes, venden brillantes, esmeraldas, aguamarinas y otras piedras preciosas características de Minas Gerais. En el Largo de Coimbra, frente a la Iglesia de San Francisco, funciona permanentemente una feria artesanal que asombra por las expresiones exquisitas de su joyería popular adornada también con las gemas o piedras semipreciosas de extracción local o la infinita variedad de adornos, esculturas y recipientes hechos en piedra jabón. Ouro Preto y sus alrededores aúnan la belleza de una naturaleza pródiga de verdor y quebrado relieve con la magia otorgada por una arquitectura exuberante, cristalizada en el tiempo, que felizmente está preservada para ser apreciada vivamente.
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