Visitar Versalles y Auvers sur Oise, dos de los muchos puntos de interés que rodean a la Ciudad Luz, ofrece visiones tan disímiles como las vidas de los dos hombres que los representan: Luis XIV y Vincent van Gogh. El palacio real y sus jardines son tan inmensos como era el ego del monarca, así como su decoración abrumadora y excesiva. La galería de los Espejos, en el interior de Versalles, invita a imaginar algunos de los mejores y peores momentos de la historia de Francia: en 1870, vio el nacimiento de Alemania y la muerte de los sueños imperialistas de Napoleón III; 49 años después, la firma del tratado que selló la victoria gala en la Primera Guerra Mundial, y la transformación del imperio prusiano en república. La Galería de las Batallas, paralela y posterior a ésta, exhibe en enormes telas las mayores victorias de la Grand Armée, en una cronología que abarca trece siglos. Auvers, en cambio, cabe fácilmente dentro de ellos. Todo es pequeño en este pueblito rural. Es pequeño el tétrico cubil donde vivió (y murió) el genial holandés. Es pequeña, oscura y gris, la capilla gótica que inmortalizó con rabiosos trazos, donde a veces una mujer, guitarra en mano, canta el Ave María con voz angelical. Las calles, rodeadas de muros de piedra, son sinuosas y estrechas. Una de ellas conduce al cementerio. Theo van Gogh compró allí un solar para su hermano y para sí mismo. Falleció sólo diez meses después que Vincent y desde entonces (1891) descansan lado a lado. Es un ejercicio fascinante contemplar los escenarios que van Gogh pintó, y compararlos con la forma en que él los veía. Su percepción del mundo difería completamente de la nuestra. A metros de la estación de tren, corre el río Oise, donde en 1918, todas las esperanzas alemanas de ganar la gran guerra se desvanecieron. Quizá sea lo único que, a través de la historia une a Versalles con Auvers. Fermín Santana
| El palacio real y sus jardines, postal de Versalles. | | Ampliar Foto | | |
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