La Cámara Penal modificó la semana pasada un fallo de primera instancia que condenaba a 10 años de prisión por homicidio a un hombre que mató a un joven e hirió a otro. El tribunal lo sentenció en cambio a 4 años y medio porque entendió que al efectuar los disparos el homicida actuó como respuesta a una serie de agresiones previas. Como llevaba más de 2 años y medio detenido, los jueces lo beneficiaron con la libertad condicional.
El fallo cambió la situación procesal de Manuel Bernardo Rojas, un ex empleado de Prefectura Naval que mató a Gabriel Alejandro Insaurralde e hirió a Ramón Antonio Vergara, ambos de 20 años. El primero de los chicos murió casi instantáneamente tras recibir un certero disparo de un revólver calibre 22 y el segundo fue herido dos veces en la espalda y en una rodilla, aunque pudo sobrevivir al ataque.
Por este hecho un juez lo condenó a 10 años de prisión por homicidio simple y lesiones graves. Pero su abogado, Adrián Ruiz, apeló con el mismo argumento con el que defendió al autor de los disparos desde el primer día: para él, su cliente actuó bajo emoción violenta, un estado fugaz y transitorio que impide reflexionar con serenidad las consecuencias de un acto y atenúan las circunstancias de un homicidio.
Ahora, después de un proceso que se encaminaba a cumplir tres años, la Sala I de la Cámara Penal finalmente le dio la razón a Ruiz. Si bien mantuvo la condena contra Rojas, modificó la pena. El cambio le permitió acceder a la posibilidad de completar la sentencia en libertad por haber cumplido ya más de las dos terceras partes de la condena.
Los hechos
Rojas mató a Insaurralde e hirió a Vergara el 14 de enero de 1999. Fue después de enterarse que ambos habían robado en su negocio, una pequeña granja ubicada en Garibaldi al 6100, en el sudoeste de la ciudad, y supuestamente habían vejado a una de sus hijas. Tras conocer estos hechos, persiguió a los presuntos autores a lo largo de varias cuadras y tras increparlos, les disparó a quemarropa.
Un rato después, cuando lo detuvieron, el agresor entregó a la policía el arma homicida y confesó, pero también contó que las víctimas lo perseguían. Según él, antes de la Navidad de 1998 ya lo habían atacado para robarle la bicicleta y hasta lo hirieron en un glúteo con un destornillador. Después hubo otros incidentes que, según dijo, quiso reportar a la seccional 19ª, donde no quisieron tomarle la denuncia.
La mañana del día de los hechos Rojas no estuvo en su casa, pero al regresar sus hijas le contaron que Insaurralde y Vergara habían aprovechado su ausencia para volver a robarle y también para vejar a una de las chicas.
Después de escucharlas, Rojas tomó su revólver y su bicicleta y salió enfurecido a la calle. Tuvo que recorrer varias cuadras para encontrarse con los dos chicos y disparó sin miramientos. "En ese momento la vista se me nubló y casi no escuchaba", diría después al recordar los hechos.
Insaurralde alcanzó a arrastrarse hasta el interior de la casa frente a la cual fue encontrado pero murió enseguida. El proyectil le había atravesado un pulmón y el corazón.
"Estábamos frente a la casa de una amiga. Ese hombre se bajó de la bicicleta y nos gritó que nos pusiéramos contra la pared. Cuando quisimos salir corriendo empezó a disparar", contó Vergara a un periodista de La Capital un día después del ataque.
Después Rojas volvió a subirse a la bicicleta y regresó a su casa. Fuentes de la seccional 19ª que dialogaron con este diario horas después de los hechos confiaron que ni Vergara ni Insaurralde tenían antecedentes policiales y que eran muchachos queridos en el barrio.
Ahora los jueces Ernesto Pangia, Alberto Bernardini y Eduardo Sorrentino dijeron que todo fue producto de la emoción violenta, es decir de un estado de perturbación psíquica que no lo libera del todo de responsabilidad por su conducta pero la atenúa sensiblemente. Por eso modificaron la sentencia y bajaron la pena. Y esto permitió que regresara a su casa.