Año CXXXIV
 Nº 49.259
Rosario,
jueves  04 de
octubre de 2001
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cartas
Horas de reflexión

Un hombre puede pasar a la posteridad, no porque haya sabido más, sino porque hubo comprendido mejor. Hoy el mundo, en estado de eclosión por los hechos acontecidos, puede depender de aquella invalorable comprensión. Ningún ser humano y ningún gobierno puede sustraerse a su cruz por su personal conducta o por su accionar al frente de una nación; no obstante, considero que el atentado del 11 de septiembre fue abominable e irracional. Pero muchas veces y con la mente fría, debemos admitir que en algo nos equivocamos para hacernos acreedores a cierto castigo; pero es evidente que cuanto éste llega y sus ocasionales destinatarios son seres humanos inocentes, se produce una triste distorsión de aquellas equivocaciones. La violencia consumada es condenable y la proyectada como represalia también lo es. Estamos en presencia de un desaforado hecho de terrorismo, pero no por ello se lo debe considerar una declaración de guerra, un hecho que, a estar por lo que trasciende, no tiene el consenso de la mayoría del pueblo afgano, que con su raigambre, sus costumbres y su religión desea vivir en paz y hacia el cual no debieran apuntarse los cañones. Toda acción de perfiles belicistas debe estar sustentada en pruebas irrefutables y este caso, de difícil diagnóstico, no debe encuadrarse en criterios coactivos y globales de hostilidad, sino solamente para la adopción de medidas preventivas que conduzcan a evitar su repetición. Una sola muerte es una tragedia a cualquier hora y en cualquier lugar de la Tierra. Que los líderes del mundo recuerden los horrores de otras guerras las miserias como resultados de las mismas y que, imaginariamente, vean a un niño inocente y desnudo corriendo entre misiles y cañones. No olvidemos que muchas veces, el trofeo de una guerra resulta ser la pérdida de la paz.
Olga Ponce


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