Jorge Levit
La ofensiva contra el terrorismo ya tiene sus primeras víctimas: decenas de miles de afganos escapan para eludir un ataque norteamericano contra los talibanes. Con poco más que lo puesto, hombres, mujeres y niños mal alimentados, sin medios de transporte ni esperanza para el futuro se apiñan en la frontera de su vecino Pakistán, un país donde la mayoría de sus 140 millones de habitantes también sufre del atraso y la miseria. Para esta región del Asia central las migraciones de millones de personas no son una novedad. Bajo el dominio británico convivieron en el subcontinente indio musulmanes, hindúes, sikhs y otras religiones minoritarias. El 15 de agosto de 1947 los ingleses dividieron ese territorio en dos Estados nacionales, uno musulmán para Pakistán y otro hindú para la India. De inmediato comenzó una de las mayores catástrofes del siglo. Tras la independencia de los dos países se desencadenó una matanza en el Penjab, una provincia del noroeste que también fue partida por la mitad. Unos cinco millones de musulmanes que habían quedado del lado de la India emprendieron el éxodo hacia Pakistán. En el largo camino, trenes y caravanas con miles y miles de personas fueron asaltados por los fanáticos sikhs e hindúes. Los crímenes fueron incontenibles. Lo mismo ocurrió con unos cinco millones de hindúes que después de la partición habían quedado dentro del nuevo Estado paquistaní. Huyeron en masa hacia la India y sufrieron a manos de los musulmanes iguales crueldades. Los cálculos de las víctimas varían, pero las fuentes más pesimistas hablan de entre uno y dos millones de asesinatos entre musulmanes e hindúes. Recién había finalizado la Segunda Guerra Mundial y el mundo otra vez asistía a un holocausto, esta vez entre los más pobres. Dominique Lapierre y Larry Collins, dos periodistas autores de "Esta noche la libertad", un libro que recrea con minuciosidad esta parte de la historia, sintetizaron de esta manera lo que allí ocurrió: "Los pueblos industrializados se habían matado entre sí a golpes de explosiones atómicas, de V-1, de bombas de fósforo, de lanzallamas y de gases asfixiantes. Los pueblos del Penjab se mataron con jabalinas de bambú, cuchillos, sables, porras, martillos, adoquines y garfios con forma de dientes de tigre". La India había enloquecido y el movimiento pacifista de Gandhi pareció sucumbir. Hoy, casi 55 años después y ya en el siglo XXI, esa región del planeta puede asistir a otro genocidio. Esta vez es la población afgana la que emprendió el éxodo. Varios millones de personas se encuentran alojadas en campamentos miserables sin las mínimas condiciones sanitarias y con insuficientes alimentos. Escapan de las posibles bombas norteamericanas o de las represalias de los talibanes. Y están acordonadas en la cerrada frontera paquistaní. Las misiones humanitarias de las Naciones Unidas ya dejaron Afganistán por cuestiones de seguridad y nadie parece entender que un desastre está por ocurrir. Por estos días, un poco conocido escritor afgano-norteamericano llamado Tamim Ansary ha distribuido a través del correo electrónico un desesperado llamado a políticos, organizaciones humanitarias y periodistas de todo el mundo. En una larga nota pide que Afganistán no sea bombardeada porque "ya nada queda". Dice que es un país sin economía, sin comida, con millones de viudas y quinientos mil discapacitados que viven en orfanatos y ni siquiera tienen sillas de ruedas para escapar. Ansary asegura que los talibanes son "un culto de psicóticos, que cuando se piensa en ellos se debe pensar en los nazis" y que la única manera de combatirlos es con tropas terrestres. Durante estas últimas semanas hubo algo más de cordura a la inicial ansiedad por una arrasadora acción militar de represalia por los atentados y se ha reclamado que en lugar de bombas, los aviones arrojen comida y medicina para los seres humanos que están desesperados y al borde del abismo en la frontera afgano-paquistaní. La guerra convencional -si la habrá- no comenzó, pero a las víctimas ya se las puede ver por televisión. Sin dispararse un solo tiro miles y miles de indefensas mujeres y niños afganos son las primeras bajas. Un mundo occidental y racional que repudia el terror del fundamentalismo religioso no debe ni puede permitirlo.
| Un grupo de mujeres y niños que logró entrar a Pakistán. | | Ampliar Foto | | |
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