Londres, ciudad adulada por muchos, conocida por pocos, sabe a costumbres, aristocracia, imperio. Tan pronto como es evocada, suscita imágenes inconfundibles: la Torre de Londres, el palacio de Buckinham, los autobuses rojos y los policías disfrazados. Sin embargo, nada de lo dicho es sinónimo de contrastes. Profunda tristeza me provocan las desgastadas conversaciones entre quienes han visitado esta ciudad sólo para ser arrastrados por los demagogos city tours que divagan entre recorridos catalogados como "imperdibles" para retornar a casa y exagerar sobre supuestas sensaciones que les provocaron presenciar un cambio de la guardia real o el avistaje de los desgastados monumentos. Aun así, nada de lo dicho es sinónimo de contrastes. Contrastes místicos, ocultos, por los que no pude evitar ser poseído completamente durante mi estancia en esta ciudad, donde la calidez del extranjero adormece la típica frialdad anglosajona. Es este sutil entorno, engendrado por semejante fusión de esencias cosmopolitas, que excitará sólo a los espíritus de aquellos viajeros sensibles que saben descubrir en él, el verdadero rostro de Londres. Ese Londres invisible ante las miradas indiferentes de turistas distraídos por supuestos valores visuales de sus ya archiconocidas máscaras. Simplemente creo válido destacar, luego del intenso romance que sostuve durante todo un año con la ciudad, el oasis que representa para nuestras almas la conversación amena que nos ofrece un tal Miguelito en la tibia atmósfera que regala el aroma a roble humedecido de un olvidado pub que jamás fue fotografiado, en medio de este desierto de vanidades dónde Mr. and Mrs. Willians degustan su Earl Grey Tea con el Big Ben de fondo anunciando las 5 en punto. Miguel, marinero retirado, oficio que no ocultan los rostros castigados de su piel, me confesó que Londres no era sino la ciudad que mejor hospedaba a aquellos que por haber viajado toda su vida eran extranjeros de cualquier parte o, mejor aún, de ninguna parte. Si este relato tuvo un mero objetivo fue demostrar a las almas adormecidas que las monedas se componen de dos caras, dos contrastes. Detrás de esa figura de la reina grabada en la moneda inglesa se esconde otro perfil, tal vez menos ilustre, menos conocido, pero no por ello menos grandioso. Dino Annoni
| |