El viajero que visite Cuzco deberá destinarle al menos cinco días, siendo ideales siete, para conocer esta maravillosa ciudad enclavada a 3.360 metros de altura, que fue el centro de una de las civilizaciones más prósperas y desarrolladas de la América prehispana y que tiene todo el encanto de la arquitectura colonial de los siglos XVII y XVIII.
Cuzco o Qosco, según la grafía quechua, es el mejor testigo de la majestuosidad de la civilización inca, a la que servía de centro político y administrativo, pero tiene además la vida y el misterio de las antiguas ciudades europeas amuralladas, que los sudamericanos miran con asombro y caminan sin prisa.
Altas paredes blancas adornadas por exquisitos balcones tallados en madera y rematadas en cielos de tejas; calles pequeñas de piedra que parten desde la plaza de Armas y se dirigen en todas direcciones, hacia arriba y hacia abajo de los cerros.
Cuzco es además, por haber sido capital del Tahuantinsuyu, un resplandeciente imperio que se extendió hasta Ecuador, en el norte, y Argentina, en el sur; el centro de una red de ruinas, monumentos y ciudades ya despoblados y que fueron de otras gentes y otros tiempos, y todo recorrido por el río Urubamba sobre el espectacular paisaje de los Andes.
Cerca de ella están Saqsayhuamán y Q'enco, más lejos Pisaq, Pikillacta, Chinchero y Ollantaytambo, finalmente, escondida y última, Machu Picchu.
El casco histórico de Cuzco es de tal belleza y asombro a los ojos del habitante de las urbes modernas que tres o cuatro días no son muchos para caminarla en sus distintas direcciones: desde el mercado de la vieja estación de ferrocarriles hasta la plaza de Armas pasando por el arco de Santa Clara, o desde el Qorikancha hasta el barrio de San Blás, montado sobre la ladera este.
Lo ideal por la mañana, antes o después del desayuno, es detenerse en uno de los puestos callejeros que venden jugo de naranja en la intersección de las calles Mántara y Ayacucho, y dejarse llevar por los sonidos de la mañana y entrar de un vistazo en la pequeña prisa que llevan los lugareños.
Por un sol (la moneda de pago peruana que guarda con el dólar una relación de 3,5 a 1) se pueden obtener dos vasos de jugo de naranjas recién exprimidas, con la opción de endulzarlo con miel y jarabe de algarroba.
Templo del Oro
El primer lugar que hay que visitar para acercarse en algo a su espíritu y comprender la energía del lugar y la veneración inca de los cuzqueños y pueblos andinos, es el museo de Qorikancha.
En Qorikancha o Templo del Oro estaba emplazado también el jardín sagrado de los incas. Sobre sus cimientos, hermosos vestigios de piedra negra y lisa, se construyó la iglesia y el convento de Santo Domingo, pero un museo, situado en el subsuelo, conserva hoy los restos y el sentido de aquella civilización.
Es conveniente, por un precio voluntario que oscila entre 5 a 10 soles, recorrer el museo acompañado por un guía, que son estudiantes universitarios, para comprender y dar sentido a los objetos que jalonan el desarrollo de una cultura.
Al salir del Qorikancha se sentirá una profunda pena al comprender la magnitud de la destrucción española sobre una cultura rica, vital, inteligente, desarrollada y particular, la cultura de los Andes.
Pero también los españoles dejaron su marca. Son imponentes las iglesias y fundamentalmente los altares. Sobre la plaza de Armas se alzan la Catedral y San Ignacio.
La Catedral, comenzada en 1536 y finalizada en 1733 es el templo religioso más importante, de los 26 que hay en Cuzco. Es un complejo arquitectónico formado por tres construcciones diferenciadas y allí descansan los restos del cronista colonial mestizo Garcilaso de la Vega, que nació en la ciudad en 1539 y fue hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas y de la princesa inca Isabel Chimpo Ocllo.
San Francisco, La Merced, Santo Domingo y Santa Clara también merecen ser visitadas.
Una vista imperdible es la de San Blas. Partiendo de la plaza de Armas se asciende hasta ese barrio por estrechas callejuelas de piedra, donde están los mejores negocios de artesanías, tejidos, objetos incaicos y arte religioso hispánico.
El barrio de San Blas es uno de los más bellos de la ciudad y alojarse en él no es mala idea. Es indispensable una noche caminar sus empinadas calles más allá de la iglesia y detenerse luego en algún murallón para contemplar la belleza del Cuzco antiguo, sobre la hondonada del valle, resplandeciente con sus luces nocturnas.
Cientos de otros sitios de interés alberga la ciudad, en la cual se almuerza bien por 8 soles, y en la que son recomendables frutas, paltas, sopas y pisco sour.
El valle Sagrado, que se extiende desde el Cuzco y llega a Machu Picchu en un extremo y a Pikillacta en el otro, puede ser recorrido de modos variados.
Domingos de feria
Una posibilidad es llegar a Pisaq un sábado por la noche y alojarse en una hostería junto a la plaza central para desde muy temprano el domingo ir viendo los preparativos para la feria que se alzará por la mañana con las cholas venidas desde los cerros.
La feria resulta asombrosa. Todo se amontona allí, vendedoras de papas, de picantes y condimentos, de tintes para telas, de sandías, melón, banana, puestos de comidas, tejidos y artesanías.
Las ruinas de Pisaq son también maravillosas y desde allí se puede ir en taxi, siguiendo la orilla del bonito Urubamba hasta Pikillaqta y Tipoy, dos ruinas imponentes, la primera más antigua y rústica y la segunda de hermosa traza, con una acequia y un inteligente sistema de riego.
Más cerca de Cuzco, y para llegar desde allí en taxi o colectivo de línea, se encuentran Saqsaywaman, deslumbrante y bella, y Q'enqo.
Luego, tomando el tren que se interna en los Andes junto al Urubamba (es conveniente pedir ventanilla sobre el lado izquierdo) se llega hasta Aguas Calientes y desde allí a la hermosa, fascinante, única y secreta ciudad de Machu Picchu.