Año CXXXIV
 Nº 49.241
Rosario,
domingo  16 de
septiembre de 2001
Min 6º
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El viaje del lector: Salta

Alojados en la hermosísima y colonial ciudad de Salta decidimos hacer la excursión del Tren de las Nubes. Poder hacer la experiencia anidaba en nuestros deseos desde hacía ya bastante tiempo y se perfilaba como promisoria e inolvidable. Verdaderamente lo fue. Muy temprano y en una gélida madrugada de julio, nos pasó a buscar un remise para llevarnos hasta la antigua estación de trenes, lugar de inicio de la aventura.
Como nuestro hotel estaba sobre la peatonal Alberdi tuvimos que caminar hasta la esquina para abordar al automóvil. La rigurosidad del aire nos hizo apreciar sensiblemente que la temperatura era de varios grados bajo cero. Pero estas condiciones daban un sabor más especial a nuestras ganas de viajar.
A las 6.30 estábamos ingresando en el hall central de la estación, ya que el tren salía a las 7. Allí empezaron las sorpresas y las emociones: un conjunto folklórico típico salteño nos recibía musicalizando nuestra ansiedad con el tan característico: "Carpas de Salta...". Como nos encanta la música y mucho nuestro folklore se fue creando el clima ideal sobre el cual construir un día inolvidable.
Nos alojamos en el tren. Nuestros hijos estaban fascinados con acomodar los respaldares de los asientos a nuestro gusto, con ese mundo para ellos desconocido y un tanto mágico.
Inmediatamente nos recibió el guía. Nos repartieron folletos con referencias de todo tipo sobre la excursión y especialmente sobre las características del ramal C-14 y su construcción como emprendimiento pionero, de gran envergadura para un país tan joven en los albores del siglo pasado, y que ya avizoraba conectarse con el mundo.
Obra de ingeniería ferroviaria, única por sus puentes, túneles, zig zags, rulos y viaductos. En esta excursión se pasa por 21 estaciones, luego el ramal continúa hasta empalmarse con vías chilenas. Proyecciones de video y musicalización constante fueron el soporte para la ambientación del vagón y para el mayor bienestar del grupo, sin dejar de mencionar la incontable sucesión de cuentos y chistes con que nos divirtió nuestro guía, Julio, durante todo el recorrido.
Luego de pasar por Campo Quijano ya las montañas comenzaron a inundar nuestras pupilas. El amanecer pintarrajeaba de los más variados tonos las cumbres y las laderas orientales. La escarcha reinaba por doquier, incluso estaban blancos los cables de electricidad. Casi ni hablábamos, estábamos extasiados por la infinitud de todo lo que íbamos descubriendo.
La calefacción nos confortaba y ya promediando la mañana comenzamos la "sub-excursión" de recorrer todo el tren, de punta a punta, balanceándonos entre los pasillos, intercambiando gestos de alegría con los demás pasajeros, enviando tarjetas en el vagón-correo, tomando un café bien caliente en el coche bar, saboreando algún típico menú en el coche comedor, proveyéndonos de agua caliente para sucesivamente llenar los termos y matear.
Imágenes casi insólitas: las manadas de llamas en medio del desierto andino..., y oír la leyenda de Coquena y dudar de la fantasía o la veracidad de la misma.
Ya la gran altitud daba muestras de estar presente en algunos más que en otros, con esa sensación de apunamiento a la que ellos llaman "darle a uno el soroche". Por supuesto que inmediatamente se evade recurriendo a unas aspiraciones de oxígeno, ya que en cada vagón hay dispositivos para tal servicio, o bien proveyéndose de unas pocas hojas de coca y fabricando un "acullico" para mascar viciosamente.
Llegar a San Antonio de los Cobres, a 4.220 metros de altura fue un golpe fuerte para las emociones: tomar contacto con la gente del lugar ofreciéndonos sus artesanías y contándonos de sus tantísimas necesidades, pero apreciando su simplísima y genuina felicidad. A la ida no descendimos, aún faltaban dos estaciones para llegar al destino tan idealizado: el viaducto La Polvorilla.
Luego de que la máquina hiciera unas maniobras en la penúltima estación, Mina Concordia, y se colocara detrás, para que el convoy atravesara el viaducto empujado por la misma y luego quedara en posición para tirarlo al regreso, dieron comienzo los momentos plenos de emoción, de asombro.
Con las palabras de nuestro guía y la música ascendente de "La aventura del hombre" y la de "Sorpresa y media" lentamente, muy lentamente fuimos atravesando los 214 metros del puente ferroviario a una altura de 67 metros con el corazón casi paralizado, viviendo una mezcla de suspenso, un poquito de miedo, sigilo al vernos colgados del cielo y una profunda sensación de felicidad.
Ya de regreso hicimos el primer descenso del tren. Eran alrededor de las 14. El clima exterior nos brindaba "viento blanco". Nos guarecimos en las laderas y en nuestros abrigos y no podíamos dejar de mirar, mirar y mirar.
Luego de unos minutos regresamos a San Antonio de los Cobres. Allí hicimos el segundo y último descenso. La tripulación nos invitó a hacer un izamiento del pabellón patrio en el mástil de la estación y para la ceremonia fueron elegidos un gendarme del lugar, un tripulante, un turista y un lugareño. La albiceleste subía aleteando al viento y todos entonábamos "Aurora", con un sentimiento tan profundo como nunca había podido apreciar.
De más está decir, que aunque siendo docente de música, en esta oportunidad los versos de la canción patria se me entrecortaban en mi garganta y en mi pecho. Estoy agradecida de haber vivido ese momento de plena fraternidad junto a mi familia en ese lugar tan recóndito de mi amada patria.
Estuvimos media hora, compramos recuerdos y conversamos mucho con los changuitos. El regreso fue con empanadas salteñas, sandwiches y otras comidas (el servicio de buffet del tren, excelente). Además cualquiera puede llevar sus canastos con alimentos. Sucesivamente pasearon por los vagones conjuntos musicales salteños, del altiplano y grupos de baile. Y con los chistes y los juegos el regreso se hizo más corto de lo que esperábamos.
Antes de arribar a Salta el micrófono fue pasando entre los habitantes del vagón y todos pudimos expresar y compartir lo que habíamos vivido. A las 22 volvimos a pisar la capital salteña, cansados, pero con nuestras almas y mentes llenas de imágenes, ideas, contenidos y emociones que puedo asegurar tienen lugar en un rincón de nuestra conciencia de por vida.
Liliana Morre de Masía, Acebal, Santa Fe



Una obra única por sus puentes, túneles y zig zags.
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