Corina Canale
En septiembre algo cambia muy sutilmente en San Martín de los Andes, la aldea neuquina de montaña a orillas del lago Lacar. Hay cierta indolencia en los esquiadores que buscan la nieve para los últimos descensos por el Chapelco, el cerro que hubiera fascinado al níveo Dios Thor. La combi avanza por el camino de montaña y abajo, en los pequeños valles nevados, se ven las chimeneas humeantes de las cabañas y las majadas de ovejas que trepan sobre los riscos. La entrada al centro de esquí está mejorada, ya que es más fácil ir a buscar botas, tablas y bastones, y alcanzar la plataforma de las telecabinas, pues las rampas reemplazaron a las escaleras. Desde la base hay dos formas de llegar hasta Antulauquen, en la cota 1.600, a bordo de las herméticas telecabinas que transportan hasta seis esquiadores. Antulauquen también cambió. A la enorme cabaña de madera, donde se comen muchas cosas pero ninguna tan rica como los guisos de montaña, y donde hay una crepería para ejercitar la imaginación culinaria, se le adosó a un costado una pizzería y una pequeña terraza. Por ese lugar del cerro pasan todas las actividades. Desde los niños de la Junior Academy, de 6 a 15 años, que enfilan hacia la silla cuádruple, hasta los del Jardín de Nieve, de 3 a 5, que parecen duendes de colores esperando la silla doble. Allí se reúnen también los novatos que intentan lo que el primer día parece imposible: bajar la pista 63. Porque las primeras enseñanzas de los instructores de la Escuela de Esquí que dirige Enrique Elguera se aprenden en Antulauquen. En realidad ahora la escuela se llama de Esquí y Snowboard, ésta última una práctica relativamente nueva que emplea sólo una tabla y que arrasa entre los más jóvenes. Para todas las modalidades hay clases individuales, pero en las grupales es más fácil hacer amigos y son mucho más divertidas. El instructor evalúa a cada alumno y hay un momento, que el grupo percibe decisivo, en que les dice "vamos a subir". Para Santiago Casanova, instructor paciente y didáctico, las montañas no tienen secretos. Y cuando la nieve abandone el Chapelco y comience a cubrir las pistas europeas de Andorra, él, habitante del invierno eterno, estará allí. Pero ahora, cuando la primavera se insinúa, sube con el grupo por la silla doble, de la que se baja bien, y donde un porrazo es casi un rito ineludible. Allí comienza el "caminito", una pista fácil donde el novato siente por primera vez el aire puro de la montaña en la cara y el sonido de los esquíes en la nieve. El "caminito" tiene tramos muy planos y curvas abiertas, fáciles de encarar. Allí domina la "cuña", el mecanismo para frenar que consiste en juntar las puntas y abrir mucho la cola de los esquíes. Más allá de algunos desniveles, en terrenos similares de los países nórdicos nació el esquí. Los habitantes ataron tablas a sus botines y descubrieron que podían recorrer enormes distancias; no sólo lograron transportarse sino que plantaron la simiente de un deporte que comenzó con el esquí de fondo, o esquí de travesía. Los ya iniciados encuentran pistas como Los Pioneros y La Pradera; los más avezados se deslizan por Los Italianos, Cañadón o la Panamericana, en tanto que sólo los expertos bajan por El Tubo, el Mocho, la Norte y la Directa. En total hay 29 pistas de diferentes desniveles y longitud. Pero no todo es esquí en este centro. También se realizan paseos en motos; se organizan trekking con raquetas de nieve por los plateados bosques de lengas y excursiones en trineos tirados por perros siberianos. Y los que se animen pueden rodar cuesta abajo dentro del zorb, una suerte de bola que es el último descubrimiento neocelandés. Al mediodía, cuando es necesario reponer energías, se puede hacer un alto en el refugio Graeff, frente al poma del Palito, donde sirven comidas de montaña y tortas europeas con frutas, o ir hasta La Casita del Bosque a comer una deliciosa fondues. El Rancho de Manolo, junto a la Brava, es un clásico gastronómico, igual que las pizzas y el champagne de la Pradera del Puma. Pero no irse del cerro sin haber comido las parrilladas de Los Techos, sobre el "caminito", o parar a la tarde a tomar chocolate caliente. "El calendario de actividades de la temporada fue muy variado", señaló Enrique Capozzolo, presidente de Nieves del Chapelco, la empresa concesionaria del cerro, refiriéndose, entre otras, al tradicional Tetratlón, a la Fiesta del Montañés y al torneo de Polo sobre Nieve. Mientras tanto, hasta que la temporada culmine el 14 de octubre, se seguirán realizando los Viernes Mágicos, bajadas por la Pista 63, iluminada a pleno, exactamente cuando el sol se pone sobre el cordón del Chapelco. Desde Antulauquen se ve a los esquiadores que descienden llevando antorchas, mientras Andrés Calamaro entona "Costumbres Argentinas" y el cielo nocturno se ilumina con los fuegos artificiales. Y la fiesta sigue en todos los paradores y refugios del cerro. (Télam)
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