Año CXXXIV
 Nº 49.241
Rosario,
domingo  16 de
septiembre de 2001
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Torneo Clausura
River y Boca juegan el partido diferente

La expectativa y el despliegue mediático parecen menores que en las últimas ocasiones. Tal vez porque el brutal atentado terrorista a los Estados Unidos relegó a un plano secundario todas aquellas noticias o hechos que en circunstancias normales acapararían la atención del país.
Tal vez porque ninguno de los dos marcha primero. Tal vez porque River viene de una semana oscura, en la que perdió ante Nueva Chicago por el Apertura y Gremio (con suplentes) por la Mercosur. Tal vez porque Boca recién consiguió su primer triunfo en el torneo local el último domingo, cuando le ganó a Chacarita. Tal vez porque el envión que suponía esa victoria se vio atenuado por la caída del miércoles frente a Cerro Porteño.
Tal vez porque la lengua picante de Ramón Díaz esta vez se tomó una tregua y, a falta de su habitual picardía, desde la Boca nadie tiró la primera piedra. Tal vez porque en River ya no estén ni Aimar ni Saviola, o porque Boca extraña tanto como se suponía los goles de Palermo.
Con todo, estas circunstancias quedarán rápidamente en el olvido cuando hoy desde las 17.10 los dos equipos más populares del país estén frente a frente y la pelota comience a rodar en el Monumental, con el arbitraje de Claudio Martín y una multitud en las tribunas.
Como siempre, antes que todo estarán en juego el orgullo y el honor. Porque ganar el superclásico, se sabe, supone una alegría difícil de igualar, una sensación casi suprema para cualquier hincha que se precie de tal. Por eso, también, en Núñez se respirará esa mezcla de clima festivo y tensión que suele envolver al choque más esperado del campeonato.
River, este River que entusiasma con el talento de Cambiasso, D'Alessandro y Ortega pero sigue sin afirmarse como estructura colectiva, parece más urgido de triunfo que su viejo rival. ¿Razones? En primer lugar, la paternidad que supo edificar Boca a partir de los 90. Y después, la necesidad de ganar para seguir prendido en la lucha por el título, la localía, la posibilidad de tomarse una tregua ante tanto festejo continuado del adversario histórico, bicampeón de América y con la chance de revalidar en noviembre ante el Bayern Munich su condición de campeón Intercontinental.
Relegado en la tabla de posiciones (tiene apenas cinco puntos sobre quince posibles), Boca también encuentra en el clásico una buena chance para enterrar su flojo arranque y de paso conservar cierta ilusión de dar pelea en la puja por la corona. Pero el equipo dirigido por Carlos Bianchi llega con menos presiones. Su supremacía de los últimos años, sumado a que su gran objetivo del año es el choque del 27 de noviembre en Tokio ante el Bayern Munich, parecen otorgarle un crédito que, en rigor de verdad, River no posee por todas las cuestiones enumeradas anteriormente.
Los dos técnicos eligieron el camino del hermetismo y dijeron que recién confirmarán las formaciones iniciales minutos antes del juego. Pero como el fútbol está lejos de ser una ciencia y el margen para los misterios es acotado, son escasas las dudas que sobrevuelan el ambiente.
En River, la novedad es el probable ingreso de Ariel Garcé por Gustavo Lombardi para ocupar el lateral derecho, zona de tránsito liberado en los últimos partidos de los millonarios. Después, se sabe que los otros tres lugares de la defensa estarán ocupados por Celso Ayala, Mario Yepes y Matías Lequi, y que Ramón apostará finalmente por el talento de D'Alessandro antes que por el juego más físico de un trajinador como Víctor Zapata.
Del otro lado, Bianchi, quien como técnico nunca festejó un triunfo en el Monumental ni con Vélez ni con Boca, finalmente se inclinaría por devolverle la titularidad a Clemente Rodríguez en lugar del brasileño Jorginho. Y, en el mediocampo, apostaría al sistema combativo que eligió para la mayoría de las últimas paradas difíciles como visitante, priorizando el quite de Gustavo Pinto por encima del manejo pulcro y la llegada al área rival que ofrece Walter Gaitán.
El destino del clásico probablemente dependa de la inspiración que puedan llegar a mostrar Ariel Ortega de un lado y Juan Román Riquelme del otro. Pero para eso hay que esperar. Ya falta poco, cada vez menos, para la hora de la verdad. (DyN)



Vuelve Riquelme y con él la magia de la gambeta.
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