Año CXXXIV
 Nº 49.234
Rosario,
domingo  09 de
septiembre de 2001
Min 6º
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Editorial
País, crisis y fútbol

Los festejos colectivos que tuvieron lugar después de la convincente victoria que obtuvo la selección argentina de fútbol sobre la brasileña por dos goles contra uno, el pasado miércoles, fueron realmente conmovedores. Es que el sentimiento que pudo palparse, tanto en las calles de todas las ciudades del país como en el interior de los distintos ámbitos donde el partido era observado por televisión, fue de alegría. Y todos lo saben: esa misma alegría es la que, desde hace tiempo, parece haberse ausentado sin aviso en la Argentina, espantada por la crudeza de los indicadores económicos.
¿Habrá quedado, acaso, el fútbol como único refugio del pueblo contra la depresión generada por la crisis? Y no el fútbol doméstico, el de los clubes, sino el de lujo representado por la selección nacional, claro. Es decir, por un grupo de jugadores que en su abrumadora mayoría militan en clubes europeos, en el marco de una realidad diametralmente opuesta a la que desde hace tres largos años padece nuestra República.
Los datos que se encarga de suministrar la simple observación cotidiana de los hechos ponen a quien deba contestar la pregunta anteriormente formulada en la tentación de hacerlo de manera afirmativa. Aunque nadie duda de que, pese a la oscuridad que se desprende de las visiones "macro", existen espacios en los cuales las cosas se hacen bien, y donde los efectos concretos de la prolongada recesión parecen no poder instalarse. Pero cualquier evaluación que se haga desde una lectura de conjunto difícilmente pueda apartarse de un resultado final ajeno a las sonrisas. Pocos recuerdan peores momentos históricos en este país. Y, tal vez, también sean pocos quienes estén preparados para enfrentarlo.
Porque lo duro del presente no sólo se relaciona con las cifras concretas, con los índices de desempleo y deflación, con el riesgo país o las caídas del Merval y los depósitos bancarios: el aspecto más preocupante del problema es la carencia de propuestas, sumada -claro está- a la falta de confianza que en la gente generan la política y quienes la practican, esos que naturalmente deberían ser los que señalaran el camino.
El contexto mundial tampoco ayuda. Nuestro país provoca escepticismo entre los gurúes de las finanzas y la constante devaluación de las ideologías incide en la ausencia de discursos que permitan diagnosticar las causas del mal y empezar a curarlo. La realidad es, entonces, que estamos solos, más allá de eventuales megacanjes de deuda o expresiones de solidaridad emanadas de naciones lejanas o limítrofes. Y que solos tendremos que transitar la ruta hacia un futuro mejor, que por ahora no se vislumbra.
El desafío no es pequeño, pero los recursos humanos están. Habrá que dejar de lado sectarismos, pesimismos, egoísmos. Apelar a la creatividad. Y confiar, decisivo primer paso en el comienzo del viaje.


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