Año CXXXIV
 Nº 49.234
Rosario,
domingo  09 de
septiembre de 2001
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Proponen comida casera y platos suculentos por bastante menos de 10 pesos
Seis bodegones céntricos que mantienen en pie la popular tradición del buen comer
Tienen más de 30 años de historia. Por sus mesas pasaron políticos, estudiantes y artistas de la talla de Gardel

Laura Vilche

Ni la moda de los paquetes restaurantes con chef, ni su bien ganada fama de dejar la pilcha de los comensales impregnada con la baranda de sus suculencias, ni la crisis nacional lograron que gran parte de los rosarinos dejara de elegirlos. Es que los bodegones son una religión al momento de hincar el diente. Sólo en el centro de la ciudad hay seis que son célebres por sus platos baratos y su cocina genuinamente fatta in casa: son La Marina, el Balcarce, el Chaco, El Viejo Ancla, el Paraná y Puerto Mediterráneo. La Capital los recorrió y les robó a cada uno sus especialidades y económicas sugerencias.
Todos se mantienen en pie desde hace más de 30 años y varios tienen detrás una historia de inmigrantes llegados del norte de España. En ninguno falta el televisor prendido, el mantel, las flores -tan de plástico como la vinagrera y la aceitera- y las repisas con botellas de vino. Tampoco los manjares en forma de guisos, pastas caseras, favadas, mariscos y carnes con salsas. Todo acompañado del típico vino de la casa y por un precio inferior a los 10 pesos per cápita, con postre incluido.
Y algo más. En sus mesas no hay distinción de clases sociales. Se han sentado y, aún se sientan, tanto "un burro" como "un gran profesor". Desde Gardel, pasando por Baglietto, los habitués de los cabarets del Bajo, la militancia vernácula y los estudiantes universitarios. Quien no se sentó en un bodegón de esta ciudad que tire la primera piedra.
El más antiguo es El Viejo Ancla (Maipú 1101). Se fundó hace 77 años y su titularidad y decorado cambió tantas veces como los carteles de su frente (todavía cuelgan tres de distintas épocas). El gallego Alfredo Pombo le impuso el sello de su cocina ibérica a principios del siglo pasado, pero desde hace 9 meses sus dueños son Raúl De Bonis, Oscar Sánchez y Adriana Pérez Villa. En los primeros tiempos se nutría del ambiente del puerto y del Mercado Central, pero también pasaban por sus mesas quienes se alojaban a una cuadra, en el antiguo Hotel Italia. En el 33, y durante un fin de semana, fue a comer puchero Gardel, una historia tan preciada en el lugar como el hecho de que por esos años El Ancla tenía el récord de venta de cerveza: vendía 30 barriles de 50 litros por día.
Los habitués por estos días van desde el maestro Fernando Ciraolo, director de la Orquesta de Cámara Municipal, hasta los comerciantes de las relojerías de la zona y la gente que trabaja en la Universidad.
Abierto de 6 a 2, ofrece por 5 pesos pasta y flan caseros con un tercio de vino de la casa. También puchero por 4 pesos y polenta con chorizo por 2,50.
A pocas cuadras de allí, José Moledo, oriundo de Galicia, abrió el Paraná (Laprida 901) hace 40 años. El ambiente del comedor es sombrío. Hace tiempo que sus paredes verde loro no reciben una lavada de cara, pero tal vez eso seduce a su cautiva clientela. "Acá viene mucha gente mayor", cuenta José Moledo hijo desde la barra donde sobreviven una chopera y una vasera Schlau, y una fiambrera a manija. "Ojo -añade- que también pasan por acá jóvenes famosos, desde Los Nocheros a los integrantes de Rata Blanca".
De 7.30 a 1, siempre atendido por los dueños y por 4 pesos, en este comedor se puede saborear un escalope o cuarto de pollo con papas o ensalada, un helado y una copa de vino. Pero el menú económico no descarta deleites como el de un conejo a la cazadora (a la cacerola), un bacalao a la vizcaína (con papas, garbanzo y pimiento) o una paella de las buenas.
Tan cerca del Monumento, como tan simbólico. Así es desde hace cuatro décadas La Marina (1º de Mayo 890), el bodegón de los asturianos hermanos Juan y Angel Viñes. Antes de entrar uno comienza a relamerse con las sugerencias de una pizarra manuscrita a tiza: buseca por 4,50 pesos, rabas por 5 pesos, corvina a la vasca por 4 pesos, fabada asturiana (con poroto, morcilla, chorizo y panceta) por 6 pesos y ravioles caseros por 4,50 pesos.
De 12 a 16 y de 20 a 24, la Marina emana olor a pescado fresco y se caracteriza por su decoración españolísima: pósters, botas de vino, gaitas, madreñas (zuecos de madera, de Asturias) y cuadros de centollas disecadas. Según uno de sus dueños, el ambiente es familiar y los que nunca se pierden la sobremesa sobre sus manteles de hule son los concejales rosarinos.
Un menú de lomito de atún, con vino (se cobra lo que se toma) y postre casero (zingarella, flan o tarta alemana de manzanas) cuesta 9 pesos. Pero por unos pesos más (11,50 pesos), dos personas pueden engullir la paella tradicional.
Desde hace 45 años, el Chaco (Mitre 1298) es de Joaquín Rodríguez, "un asturiano de Boca". Así lo presenta Eduardo Báez, su mozo desde hace 17 años. Lentejas y mariscos son algunas de las especialidades del lugar, que en los últimos tiempos largó sus promociones de tenedor libre, y a 6 pesos por persona, de paella, parrillada, pastas y puchero a la española.
De todos modos, hay una oferta más propia de los bolsillos flacos. Por 5 pesos, mondongo, ensalada de frutas y vino o más aún: pastas caseras a 2,90 pesos.
En el Chaco se trabaja desde las 7.30 a las 5.30 y en cualquiera de esas horas se puede comer alguno de estos hipercalóricos platos.
Báez cuenta orgulloso que por el Chaco pasaron Valeria Lynch, el ex presidente Raúl Alfonsín, más de un intendente, Ricardo Darín, Pappo y Sandro. "El pico de concurrencia fue en los 80, cuando se mezclaba el ambiente de los cabarets y el político partidario", asegura.
A pocas cuadras uno de otro están el Balcarce (Balcarce 001) y Puerto Mediterráneo (San Lorenzo 2098). El primero, conocido como El Vómito, es de Eduardo Santarelli. El fundador, en el 61, fue su padre, Secundino, a quien no le hacía gracia el mote puesto al comedor. "A mí me remite al 69, cuando se cerró el comedor universitario y los estudiantes lo bautizaron así", recuerda Santarelli.
Aquí los platos son sencillos y suculentos. Guiso de lentejas y polenta por 2,50 pesos y bifes de hígado con cebolla por 2 pesos son un buen ejemplo. Una especialidad de la casa es la lengua a la cacerola (con salsa de arvejas) que junto a un flan casero y vino obliga a desembolsar 7 pesos. En otras épocas eran fans del Balcarce Baglietto y Silvina Garré, y si algo lo caracteriza hoy es la diversidad de comensales. "Acá se mezclan todos los ambientes. La gente se siente como en casa, no viene a ver quién está y qué tiene puesto. Eso sí, hay tres mozos -Juan, Angel y Ricardo- y cada uno tiene su sector y clientela", indica Santarelli. Algo importante: el Balcarce abre de 12 a 15 y de 20 a 1, los domingos se descansa.
Puerto Mediterráneo es el típico comercio familiar. Atendido desde el 93 por su dueño Lucas Martí, sus tres hijos y su mujer, Silvia, el comedor es famoso por sus cochinillos, guiso de mondongo y de lentejas, fabada asturiana, locros y hasta befftrogonoff (plato ruso de carne de ternera con salsa ácida y eldo, una especie de perejil). Si algo caracteriza al bodegón es que por la noche tiene peña folclórica.
De sus paredes cuelgan cuadros y fotos autografiadas del dúo Coplanacu, Doña Jovita y Juan Falú. "No somos un bodegón barato -se ataja su dueño- priorizamos la calidad. Tallarines caseros con salsa de hongos, un tercio de vino y frutillas o panqueques pueden salir menos de 10 pesos. Pero acá la favada lleva morcilla asturiana de la buena y somos los únicos que hacemos caracoles a la bordalesa (con vino, hongos y jamón crudo). También se puede probar la bagna cauda para dos «bestias», a 15 pesos".



En el Balcarce, la lengua a la cacerola es la especialidad.
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