Año CXXXIV
 Nº 49.223
Rosario,
miércoles  29 de
agosto de 2001
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ANALISIS
La dirigencia deberá lavar sus culpas

Lejos en el tiempo parece haber quedado aquella crítica recurrente a los políticos en campaña: "Prometen, pero nunca cumplen". La interminable saga de ajustes, desguace del Estado, hechos de corrupción y recesión económica convierte a la política en un campo minado por términos tan poco seductores como "déficit cero" y "ahorro". En vísperas de las elecciones legislativas, los datos son demoledores para la clase política argentina: casi el 40 por ciento de los ciudadanos no tiene la mínima intención de concurrir al cuarto oscuro el 14 de octubre.
Frente a semejante descreimiento, un fenómeno que irrumpió en el escenario electoral a comienzos de la década del 90 tiene su remake por estos días. Las listas de los partidos autodenominados "alternativos" a las agrupaciones tradicionales decidieron darle cabida a un abanico de representantes de la farándula, en un intento por marketinizar la campaña y meter la cuña frente al discurso antipolítico que se levanta sobre el horizonte.
La crisis se devora mes a mes la credibilidad de referentes partidarios que, no hace demasiado tiempo, soñaban con cruzarse la banda presidencial en el 2003. La errática gestión del gobierno nacional torna ilusoria la reelección presidencial, el ministro Domingo Cavallo disminuyó su hándicap al compás de la profundización de la crisis y el déficit de la provincia de Buenos Aires hizo descender en la consideración pública la imagen de Carlos Ruckauf. Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota son, aquí y ahora, los dos únicos administradores que mantienen en alto su cotización, aunque sabedores de que transitan por un puente demasiado frágil y que les espera un camino plagado de sinuosidades.

Arriba el telón
La década menemista operó como detonador de las desigualdades sociales y elevó a las nubes la tasa de desempleo. Pero, nobleza obliga, habrá que reconocerle a la gestión justicialista haber desactivado a las Fuerzas Armadas como factor de poder. Frente a la pesadillesca realidad, no deja de ser una bendición que la despolitización convoque a los candidatos-artistas y deje en el olvido las salidas militaristas que generaron más de un baño de sangre en el país. La caída de la política argentina nominó esta vez a Soledad Silveyra, Héctor Bidonde, Susana Rinaldi, Norman Brisky, Antonio Ubaldo Rattín (y sigue la lista).
En paralelo, y alejándose de la coyuntura, algunos grupos económicos del país mantienen bajo siete llaves el nombre de un poderoso empresario para lanzarlo a la arena presidencial de cara al 2003: Mauricio Macri.
Más allá de las interpretaciones sobre la oportunidad (o el oportunismo) de introducir a la farándula en las boletas, la cuestión debería operar como un alerta rojo sobre la dirigencia, que tendrá que convencer a la gente de una verdad irrefutable: la crisis política se soluciona con más y mejor política.


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