Alejandro Cachari
¿Y las banderas? ¿Y las corridas? ¿Y las barras? ¿Y las imposiciones? ¿Y el acoso a los dirigentes? ¿Y la hostilidad contra la policía? Nada, ni un atisbo de violencia. Todo prolijito. Angelitos por acá y angelitos por allá. Se puede. Si desde la prensa es posible abonar en pos de la buena conducta, ¿por qué no puede hacerse desde donde corresponde? ¿Cuesta tanto desterrar a los barrabravas? ¿Son ellos más peligrosos que los hooligans? Quizás el costo político sea demasiado oneroso. Tal vez exista temor. Pero la solución pasa por el sinceramiento. ¿Los dirigentes están dispuestos a que los desestabilizadores del fútbol que se adueñan de las tribunas desaparezcan? ¿Les conviene a las fuerzas de seguridad que no haya tumultos? Al fin y al cabo un partido de fútbol significa unos pesos más para los raquíticos salarios de quienes además están expuestos a poner su vida en juego por un grupo de personajes cargados de prontuario que obtienen dividendos económicos mucho más suculentos que ellos. Así de patético, así de real. El sábado algunos de los buenos muchachos brillaron por su ausencia, otros no. Pero en realidad todos estaban por allí, ellos siempre están. Esta vez acotados, contenidos, agazapados. No se extinguieron, están esperando la primera oportunidad para resurgir, aguardan hasta desaparecer de la consideración pública. Juegan y se abusan de la endeble memoria de las instituciones (no sólo de las deportivas, claro está). Saben que sus paridores no pueden, y a veces no quieren, desterrarlos. También de eso se agarran. Se alimentan de la endeblez de algunos personajes que creyeron equivocadamente que en ellos se encontraba una buena plataforma para defender el poder que ostentan. El sábado en el Gigante de Arroyito, cuando todos los flashes apuntaban a la tribuna, el único acto de violencia lo protagonizó el presidente Víctor Vesco con un cachetazo y una patada a Pablo Gavira, periodista de Canal 3. Según el titular auriazul "fue solo un empujón", aunque pidió disculpas públicamente por un "arrebato porque soy muy temperamental". Suele suceder que se apele a la vehemencia cuando no se sabe qué contestar, o no se puede. Debe ser terrible ser el capitán de un barco en conflicto y no saber qué decir ante una pregunta concreta. Pero son las reglas del juego. El que a hierro mata, a hierro muere. Vesco está más allá del bien y del mal. Tiene la oportunidad histórica de modificar parte del turbulento presente. Además de sus años y logros en el club, es el único dirigente de Central capacitado para hacerlo. Sería el mejor corolario. Una última obra a la altura de su trayectoria.
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