 |  | Reflexiones La cárcel más grande, la bandera más larga
 | Rogelio Biazzi
En Rosario se cose la bandera más larga del mundo. Como quien cosiera o anudara una sábana tras otra para escapar por la ventana de este arresto domiciliario colectivo que es la Argentina. Se me ocurre una idea no tan descabellada, una hipótesis. No es nuestro ex presidente el que está bajo detención domiciliaria, somos nosotros, todo el pueblo, la gente, los 30 y pico millones de argentinos, los que estamos presos. Estamos detenidos en una cárcel domiciliaria de 23 provincias y una ciudad autónoma, con fronteras como barrotes y condenados a vivir o sobrevivir en nuestra propia casa, aunque no alcance, aunque no haya trabajo, aunque a veces falten hasta las esperanzas. Los que pueden se van apenas pueden. Son "liberados" en distintas versiones: bajo palabra (de que volverán apenas el país los llame con sus cantos de sirena como ya pasó en el '83), sobreseídos (de seguir cargando el peso de nuestra situación socio-económica) o por "falta de méritos" (méritos que después sobran para desarrollarse laboral o profesionalmente en otro país). La "libertad", en este caso, no se consigue en un juzgado, se tramita en los consulados y embajadas. El salvoconducto es el pasaporte. Lo triste es que la salida no es la libertad en sí, las puertas de salida son las rutas, los puentes, las estaciones, los aeropuertos (en los que ahora faltan aviones con bandera propia). ¿Qué grave delito se nos imputa, para condenarnos a permanecer, vivir y perdurar en este presidio con muros tan altos como los Andes y fosos tan hondos como el Atlántico? Como primera respuesta -se me antoja-, el delito de elegir mal. Si fuimos capaces de darle mandato presidencial a una persona que durante diez años se cansó de defraudar nuestras esperanzas, ¿no somos también culpables? Creo que el estado calamitoso de nuestra economía es fruto de una década de ataques en dos frentes: desmanejos y aprovechamientos, eufemísticamente hablando. Bajo el discurso de la ineficiencia y el costo público se hicieron las "privatizaciones" de la mayor parte de las empresas estatales y el resultado: en su mayoría negativo. Se cambiaron monopolios estatales por monopolios u oligopolios privados, se aumentaron precios y tarifas, quedaron cientos de miles de dólares o pesos en el camino. ¿Y el costo público? ¿Y el costo social de la gente que se quedó sin trabajo? Con los fondos obtenidos de la venta de esas empresas, ¿se dispusieron recursos que aliviaran la situación social, se invirtió en educación, en salud, en justicia, se disminuyó significativamente la deuda externa? Aparentemente, nada de eso. Sumado a todo aquello, la década pasada habría sido un buen momento político para crecer: poder ejecutivo, mayoría de gobernadores y legisladores de un mismo signo político, un movimiento sindical más cercano, cierta madurez democrática y solidez institucional, y todo eso se utilizó para cualquier cosa menos para el crecimiento de la Nación. ¿Y cómo estamos hoy, eh? Parecería que no sólo pagamos culpas o negligencias pasadas sino que aún continuamos admitiendo hechos nefastos, como ciertas candidaturas electorales. Quizás en unos años sigamos presos en la Argentina. Quizás en unos años hayamos cambiado las cosas y sigamos en Argentina, trabajando, viviendo, progresando. No como reclusos, como ciudadanos. Valdrá pena y alegría.
| |
|
|
|
|
 |
| Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|