Nueva York. - Las ruedas de la historia giraron un candente día de junio de 1979 delante de miles de personas reunidas en un prado en Polonia donde el Papa Juan Pablo II celebraba misa en su patria comunista. Las palabras del Sumo Pontífice que visitaba un país del bloque soviético resonaron en una Europa dividida en bloques militares hostiles y sistemas sociales enfrentados: "¿No es la voluntad de Cristo que este Papa polaco, este Papa eslavo manifieste en este preciso momento la unidad espiritual de la Europa cristiana?" El comunismo polaco pareció prestarle escasa atención. Después de todo fue José Stalin, el dictador soviético, quien preguntó una vez con desdén: "¿Cuántas divisiones tiene el Papa?"
Sin embargo, doce años después de esa misa en Gniezno, Polonia occidental, el imperio soviético se derrumbó. Un sistema que había llegado a gobernar a casi la mitad de la humanidad había sufrido un golpe mortal. En los países donde sobrevive -China, Vietnam, Laos, Corea del Norte y Cuba- lo erosionan el capitalismo y la globalización.
Pasemos ahora rápidamente al nuevo milenio y a Bucarest. Los grandes edificios de departamentos aún subsisten, mudo testimonio de la uniformidad gris del comunismo. Pero en el muro lateral de un edificio sonríe el retrato de J.R. Ewing, el petrolero villano de la serie "Dallas", en la publicidad de una compañía de gasolina rusa.
¿Yeltsin, el salvador?
Han pasado diez años desde el 19 de agosto de 1991, cuando Boris Yeltsin alzó su voluminoso cuerpo sobre un tanque, enfrentó un intento de golpe por comunistas acérrimos y dio al mundo una imagen que definió el fin de una era. La siguiente Navidad, la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas se disolvió y las 15 repúblicas iniciaron sus trayectorias independientes.
Los años 90 vieron el paso de Nelson Mandela de la cárcel a la presidencia de Sudáfrica; la reunificación de Alemania; la aparición de bolsas de valores en China; el apretón de manos de Yitzhak Rabin con Yasser Arafat, todos hechos inimaginables en la época en que las dos superpotencias sometían el destino del mundo a su juego de ajedrez global.
Es verdad que el mundo dista de ser un lugar seguro, y la historia no se detuvo con la caída de la URSS. Conflictos étnicos en los Balcanes y el Cáucaso, guerras en Africa, divisiones en Corea y el avance del fundamentalismo islámico amenazan la paz mundial.
Pero el espectro de la humanidad incinerada en un gran enfrentamiento nuclear parece un recuerdo remoto. Hace no tiempo la situación era distinta. "La historia está de nuestra parte", dijo el líder soviético Nikita Kruschev a los diplomáticos occidentales en 1956. "Los enterraremos a todos ustedes".
En esa época Moscú estaba eufórico, y Occidente bregaba por resistir lo que los comunistas llamaban la marea de la historia. El comunismo se extendía de China a Africa, al corazón de Europa Central y a Cuba, en el mismo umbral de EEUU. De Grecia a Malasia y Centroamérica se producían insurgencias de izquierda. Fuertes partidos comunistas obtenían millones de votos en Italia y Francia. Las tropas norteamericanas y comunistas llegaron a un estancamiento en Corea del Sur, y los EEUU sufrieron su primera derrota militar en Vietnam.
A pesar de sus defectos, la Unión Soviética era un faro para los pueblos africanos, asiáticos y latinoamericanos que luchaban contra los vestigios del colonialismo. Los jóvenes más brillantes de una generación estudiaban en la Universidad Patrice Lumumba de Moscú o leían a Marx y Mao a la luz de una vela en las selvas. Los soviéticos se adelantaron en la carrera espacial al lanzar el Sputnik en 1957. Occidente hablaba de "contención" y luego de "distensión". A lo sumo se podía pensar en contener el avance del imperio soviético, pero no hacerlo retroceder.
Para Karl Marx, el padre del comunismo en el siglo XIX, la historia era una marcha inexorable del feudalismo a la monarquía, al capitalismo y finalmente a un sistema en el cual los trabajadores controlarían los medios de producción y los recursos serían distribuidos "a cada cual según sus necesidades". Esas ideas prendieron en los intelectuales de Gran Bretaña, Alemania, Francia e incluso de EEUU.
El periodista norteamericano Lincoln Steffens visitó la Unión Soviética en 1919, dos años después de la conquista del poder por los comunistas de Lenin, y declaró: "He visto el futuro y funciona". Pero en el apogeo del poder soviético, sus propias contradicciones salían a la luz. Si el comunismo era inevitable, ¿por qué los gobiernos comunistas recurrían a la violencia para conservar el poder, como hicieron en Alemania Oriental en 1953, Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968? ¿Por qué encarcelaban o expulsaban a los disidentes? \
La economía planificada
El líder soviético Leonid Brezhnev construyó el aparato militar soviético a expensas de industrias capaces de mejorar el nivel de vida. La economía planificada era inflexible. Los matemáticos soviéticos podían diseñar los mejores chips de computadora del mundo, pero no había fábricas para hacerlos. No figuraban en el plan quinquenal.
El cinismo desplazó la ideología marxista. La generación de comunistas nacida en los años 10 y 20 derrotó a Hitler; sus hijos ingresaron al Partido Comunista para obtener buenos trabajos y viajes a Occidente. Con una economía incapaz de ofrecer bienes de consumo básicos, el sistema dependía de las vinculaciones. Un pariente en el partido podía conseguir carne, la cual se podía canjear por leche o ropa. Las amas de casa corrían la voz: por ejemplo, dónde conseguir fruta fresca ese día.
El fracaso de sus economías alentó a los líderes comunistas a iniciar el comercio con Occidente. Con los productos llegaron la influencia y las ideas, no siempre favorables al sistema. Los comerciantes occidentales que visitaban Varsovia, Praga y Moscú se encontraban con jóvenes maestras de ciudades remotas que ejercían la prostitución durante sus vacaciones y ganaban más en esa semana que en todo el resto del año.
Los historiadores discutirán por mucho tiempo la verdadera influencia del Papa en la disolución del bloque comunista. Un año después de la visita, Lech Walesa y sus camaradas de los astilleros se declararon en huelga para reclamar el fin de la censura, el derecho de organizar sindicatos propios y la libertad para viajar al exterior. El gobierno concedió esos reclamos, y aunque los retiró en diciembre de 1981 e impuso la ley marcial, no pudo reprimir los ideales. Para mediados de los años 80, un político reformista llamado Mijail Gorbachov gobernaba la Unión Soviética y esperaba convertirla en un sistema más flexible y abierto.
Pero el ritmo impuesto por Gorbachov fue superado por los acontecimientos. Polonia en primer lugar, y luego otros satélites empezaron a separarse, seguidos por las mismas repúblicas soviéticas. En 1991, en un último intento por revertir la historia, los comunistas acérrimos intentaron dar un golpe en Moscú. Su fracaso fue el último suspiro del comunismo soviético.
Fue el fin de una era: del holocausto nuclear al calentamiento global; de la lucha de clases al genoma humano; del glasnost a la globalización. Dennis Tito, un capitalista norteamericano, paga su pasaje para viajar al espacio... en un cohete ruso.
La democracia se ha extendido a alrededor de dos tercios del mundo, aunque en muchos casos de manera imperfecta. Viejos comunistas búlgaros y rumanos claman por ingresar a la Otán. Los jóvenes hacen manifestaciones, no contra los cohetes norteamericanos sino contra las empresas multinacionales y las globalizaciones. Se organizan por medio de la Internet, un símbolo más de ese mundo que pocos podían imaginar hace dos décadas en ese prado de Polonia donde celebró misa el Papa Juan Pablo II.