José L. Cavazza
Marina Rossell nació en un pueblo que se llama Gornal, que se encuentra entre la montaña y el mar Mediterráneo, cerca de Barcelona. Hoy, la mujer guarda intacto los olores de su infancia: el zotal, que se utilizaba para desinfectar la cuadra, el flit para matar los mosquitos, las primera frutas del verano, las lilas y naranjos, y el olor permanente del alquitrán de la ruta que dividía el pueblo. "Mi infancia fue lúdica, pero pronto descubrí, tal y como dice el poeta Jaime Gil de Biedma, que la vida iba en serio. Llegué a la adolescencia, todo se oscureció y huí de allí", recuerda. ¿En qué se convirtió luego la vida de esta catalana? La Sociedad General de Autores de España, en su libro dedicado a Rossell, dice que es "la sirena con la voz más seductora del Mediterráneo". Rebelde y comprometida y, pese a lo que podía esperarse, devota de Bob Dylan y Van Morrison. Rossell grabó trece discos: once en catalán y dos en castellano, "Ha llovido" y "Y rodará el mundo", ambos editados también en Argentina. A través de su carrera, que comenzó en 1975, realizó giras por todo Europa y parte de América latina. En 1998 llegó por primera a Buenos Aires, oportunidad en que se presentó en La Trastienda. Anoche cantó por primera vez en Rosario, a fin de mostrar su último disco "Y rodará el mundo". Rosario es una ciudad relacionada a la vida de la cantante catalana. La primera canción en castellano que cantó fue "Yo vengo a ofrecer mi corazón", de Fito Páez, y en su disco "Ha llovido" incluyó "La música me ayuda", de Fabián Gallardo. "Sé de toda la cantera de músicos que dio Rosario al mundo, una ciudad que parece tocada por las manos de Dios -dice la cantante-. En Barcelona tengo amigos rosarinos, pero hasta hoy no conocía la ciudad ni el río Paraná. -¿Empezaste a cantar cuando ya se respiraba libertad en España? -En la transición. Fueron años estimulantes, donde España salía del oscuro túnel de una dictadura de cuarenta años. Yo, entonces, tenía veinte y empezaba a cantar e inicié una vida nueva, a pesar de que aún no tenía conciencia de que podía convertirme en cantante profesional. -¿Podrías definir tu música? -Mi columna musical está en mi raíz que es el Mediterráneo, y a partir de tener muy claro ese aspecto puedo mezclarme con otros mares y trazar puentes con otras músicas. Creo que básicamente soy una cantante. -¿Las músicas regionales hoy han perdido fuerza frente a la globalización musical, eso que llaman la música del mundo? -Yo creo que es al revés. Que hay una cierta reacción y que hoy existe un sentimiento próximo a las músicas autóctonas. A mí me interesa eso, siempre y cuando te permita volar musicalmente, porque no me interesa devolver esa música como la he encontrado. Prefiero revisitarla, reelaborarla, pasarla por caleidoscopio personal, por mi mar. -¿Muchos músicos europeos no son hoy difundidos en América. ¿Por qué? -Mi caso, exactamente. Quizá uno de los problemas sea la distancia y las eternas crisis que viven los países de América latina. Yo, particularmente, tengo una cierta predilección por Latinoamérica. Aquí me siento bien, siempre he intentado venir y colarme entre ustedes, hay una comunicación muy directa y con la particularidad que significa sentirse como en casa siendo una invitada. -Es como que hay que tener paciencia, siempre se llega aunque a veces pareciera que algunos músicos llegan demasiado tarde a la Argentina. -Sí, es cierto. Yo también siento eso en este preciso momento. Y un poco al revés también. Quiero decir que algunos músicos argentinos llegan demasiado tarde a Europa. Pero bueno... acabamos conociéndonos y esto es lo importante. -Participaste de muchos festivales, ¿guardás algún recuerdo especial de alguno de ellos? -Hace cuatro o cinco años me impresionó muchísimo cantar en Bosnia después de la guerra. Me impactó muchísimo el permanente olor a quemado y ahí entendí muchas cosas que me habían contado de la Guerra Civil Española. También me impactó muchísimo cantar en los campos de los Zajarawis en Argelia que hace treinta años viven en unas tiendas que se llaman jaimas y están ahí esperando que Marruecos les dé un territorio propio. Me impresionó cantar ahí, porque es todo un pueblo que vive en el desierto desde hace muchos años en unas tiendas de campaña. Lo bueno es ir a esos lugares y cantar, porque otra cosa distinta hubiera sido ir a pasear. Cantar te involucra con la gente. También me gustó cantar en el lago Titicaca para los pueblos indígenas, en Bolivia. ¡El lugar más alto del mundo, tío!
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