El desempleo del varón, la creciente autonomía femenina y una capacidad culturalmente adquirida para hacer frente a las crisis ponen a las mujeres en una posición literal de vanguardia. Para decirlo de otro modo: pese a la adversidad, son las que van al frente. Esa marca de identidad de género no está ausente en ejemplos tan emblemáticos como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo o las Mujeres en Lucha. Tampoco lo está entre las directivas de la Cooperativa Dic, creada en Rosario con gran esfuerzo por las esposas de dos obreros para reflotar una firma carrocera que quebró y recuperar el trabajo de sus hombres. Pero ellas no son las únicas. Desde el anonimato, otras 114 mil mujeres de distintas clases sociales encaran por estos días en el Gran Rosario la difícil tarea de ser cabezas de familia, poco menos que en uno de cada tres hogares. Aunque el dato se evalúa como positivo para la posición social de la mujer, los expertos señalan que el resultado concreto deja a las protagonistas exhaustas por una "sobrecarga de demandas".
El fenómeno no es privativo de Rosario. Según los especialistas, se advierte como una realidad mundial y una tendencia "galopante" en América latina, sobre todo en las ciudades, donde cada vez más hombres abandonan el hogar para desplazarse en busca de trabajo. La viudez femenina, la separación, la maternidad sin pareja e incluso la decisión de vivir solas son otros factores que inciden.
En el Gran Rosario el porcentaje de mujeres al frente de un hogar supera al de todas los otros grandes conglomerados del país, con excepción de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Casi el 18 por ciento de la población femenina total está en Rosario a cargo de su hogar, frente al 16,5 por ciento de Córdoba, el 15 del Gran Buenos Aires, el 13,5 de Mendoza o el 12 de Resistencia (Chaco).
Un "avance" con bemoles
En números reales, eso significa que 114 mil mujeres son cabeza de hogar en Rosario, contra 281 mil hombres. Que una de cada tres familias rosarinas se apoye sobre espaldas femeninas puede leerse como un avance en lo que respecta a la posición social de la mujer, pero en realidad esos hogares suelen encontrarse en situación más vulnerable que los que están a cargo de un varón.
Estadísticamente, por ejemplo, las jefas sufren más el desempleo y la subocupación, gozan de menores beneficios sociales y tienen más bajos niveles de ingreso que sus pares hombres.
Si la jefatura a cargo de una mujer es el rasgo más contundente del papel que le cabe frente a la familia, hay muchas otras situaciones que muestran que la respuesta femenina suele estar a la altura -o por arriba- de las circunstancias. Por ejemplo, cuando el desempleo afecta a la pareja o familiares, la mujer aparece como receptora directa de las consecuencias de esa situación.
Para la psicóloga rosarina Zulma Caballero, especializada en la problemática del género, el tema es complejo. "Por un lado, para la subjetividad de las mujeres hay un cambio interesante en lo que hace a la autonomía y una mayor posibilidad de estar en el ámbito público: mujeres que estudian, que trabajan, que se atreven a hablar sobre todo".
Pero, por otro lado, también cae sobre sus espaldas "una demanda extrema: económica, afectiva, educativa, el cuidado de los niños, los enfermos y los ancianos de la familia", detalla la especialista, con un confluyente "debilitamiento de la figura masculina, que no es el objetivo del movimiento feminista ni de quienes estudiamos y valorizamos el género".
Con esa idea coincide la directora de la Maestría de Género de la Universidad Nacional de Rosario, Hilda Habichayn. "Ya sea porque el marido no está, porque nunca estuvo, porque se fue o porque está pero es como si no estuviera, cada vez son más las mujeres al frente de los hogares y esa es una tendencia indudable".
La contracara del fenómeno ha sido analizada desde muchos ángulos. El psicoanalista Juan Nasio, por ejemplo, señala en su último libro que en la sociedad patriarcal el hombre encarnaba el valor de autoridad y combatividad, mientras la mujer representaba el hogar desde un lugar disponible de madre y esposa.
Pero hoy, "al adquirir una autonomía profesional y financiera, las mujeres trastornaron radicalmente el esquema". En la otra punta de la escala, la pérdida de trabajo del hombre (antes a menudo el único ocupado) agregó una cuota importante al trastorno de los lazos sexuales tradicionales en el hogar.
Sin embargo, Caballero refuta la idea de que "se requiera la autoridad paterna para que la familia funcione" y propone en cambio "la necesidad de que el hombre esté presente afectivamente de una manera democrática", algo que admite no siempre sucede. En esos casos, "hay una defección del varón, que aprovecha la mayor presencia de la mujer y se borra: no aporta económicamente, como hacía antes, ni tampoco acompaña en el cuidado del hogar", lo que resulta en una "sobrecarga de demandas para la mujer".