El desastre comenzó a mediados de 1978 cuando la laguna empezó a elevar su nivel. En 1985, 37 manzanas edificadas quedaron bajo las aguas, se perdieron 120 mil metros cuadrados de construcciones que incluían el 90 por ciento de la infraestructura turística, edificios públicos y viviendas. Unos sesenta negocios y 200 casas de familia fueron destruidas. Se perdieron los edificios de la terminal de ómnibus, el Banco de la Provincia de Córdoba, el Casino Provincial, el Centro Balneológico Termal, el camping municipal, dos parroquias, la sede de la Asociación Hotelera, el escenario de festivales al aire libre, el club Náutico y las sedes de Entel y Encotel. También quedaron 38 cuadras pavimentadas y 40 de tierra cubiertas por metros de agua y fango. La laguna fagocitó el 70 por ciento del ejido urbano y la estructura disponible para la mayor fuente de ingreso de la población: el turismo. También afectó a otros sectores: se perdieron grandes extensiones de campo productivo y la mitad de los habitantes debieron emigrar. Quienes se quedaron optaron por emprendimientos como la cría de nutrias falsas (coipos), curtiembres y peleterías. Tras años de éxito, la actividad cayó. Y apostaron otra vez al turismo, que había quedado eclipsado por la desazón que provocaba el paisaje de 120 hoteles inundados en ruinas y de calles que desaparecían bajo las aguas. Para revertir esa situación y bajo el plan llamado Recuperación de Miramar, el Comando del Tercer Cuerpo del Ejército se encargó en 1992 de derrumbar con explosivos todas las ruinas que afloraban sobre la superficie del agua, quitar los escombros de la ciudad sumergida y así devolver el horizonte limpio que atrajo a turistas de todo el mundo en décadas anteriores. A partir de allí los habitantes revalorizaron los atractivos del lugar para reconstruir los servicios hacia los turistas que año a año van recuperando.
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