Alejandro Cachari
El silencio es salud. Vaya si lo es. Sobre todo si se refiere al fútbol. Ni hablar si el tema en cuestión es la selección argentina. Era tan contundente el andar del equipo de Bielsa que enfrentaba a Ecuador, que casi nadie se obsesionaba con la suerte del equipo. Bastaría hacer un ejercicio de memoria muy sencillo para recordar todo lo que se habló antes del Ecuador-Argentina de la era Passarella, cuando el equipo local se impuso por 2 a 0. El que calla, otorga. El entrenador le bajó el perfil hasta la insignificancia a las declaraciones, los jugadores mostraron un profesionalismo intachable y la clasificación llegó de manera tan sencilla que hasta resulta cuanto menos extraño suponer que Argentina alguna vez se quedó afuera de un Mundial. La selección cotiza en alza dentro de la cancha, pero también fuera de ella. Quizás allí esté el punto. Y detrás de ello la reflexión. Así como siempre se dijo que el fútbol argentino tiene clubes pobres con una AFA rica, también puede establecerse que el país padece un fútbol de tercer mundo con una selección que es potencia mundial. Esa sentencia chocará a los 30 segundos contra la realidad: Boca Juniors es el campeón mundial de clubes. ¿Y entonces? Entonces, se debe buscar en Boca y en la selección las razones del éxito. Es una demanda del sentido común. Por un lado, el equipo más prolijo institucionalmente hablando, con un entrenador que entre otras cosas supo arreglárselas cuando llegaron los tiempos del éxodo. ¿Cuánto hace que Boca no provoca un "cisma informativo" con la incorporación de un futbolista de gran jerarquía y valor económico? Bielsa le bajó el copete al amarillismo de cierto sector de la prensa que aún no termina de digerir su designación. Pruebas aparecen a cada rato. El despliegue que tuvo en los medios el título mundial obtenido por la selección Sub 20 no tiene equivalente en la selección mayor, cuyo derrotero es mucho más trascendente. En realidad es como si fueran dos deportes diferentes. Lucubraciones más, lucubraciones menos, jamás podrían emparejarse los éxitos de una selección mayor con los de una juvenil en la que el amateurismo, entre otras cosas, todavía juega un papel decisivo para posicionar a las potencias en un sitial de privilegio que no ofrece en ningún momento el profesionalismo. Habrá que recibir el mensaje entonces. Desde el éxito casi fuera de contexto de Boca y la selección para refundar al fútbol argentino. Evidentemente se puede. Es posible que los jugadores sean cada vez más jugadores y se despojen del vedetismo. Es factible manejar a un grupo plagado de figuras y otorgarle un perfil tan bajo como saludable para no dejarse marear por las tentaciones. Es realizable una tarea de renovación de los equipos sin hipotecar el futuro. Funciona la reestructuración cuando el cuchillo va a fondo. El ajuste no significa perder protagonismo si el trabajo está acompañado de seriedad, ideas y recursos extraeconómicos. La selección y Boca están fuera de contexto. Debería ser al revés. Los demás no comprenden el sistema. En realidad, la gran mayoría corre verdaderos riesgos de estar fuera de contexto y empezar el devastador e inexorable camino de la desintegración.
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