Año CXXXIV
 Nº 49.210
Rosario,
jueves  16 de
agosto de 2001
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Reflexiones
Comunismo

Luis Manuel Ruíz

Yo estaba en Roma cuando una bala entró sin permiso en el cráneo de Carlo Giuliani. Cada noche, en el televisor del hotel, contemplaba aquel carrusel confuso de piernas, humo, balcones entrevistos, tanques que taponaban las calles, máscaras y sangre. Por todas partes, en las pantallas de los bares, en los altavoces de las radios que viajaban en los taxis, se repetía el mismo nombre, como un ensalmo que podía evitar una catástrofe: Génova, Génova, Génova. Pero esa presunta magia no evitó nada. Llegaron las fotografías del joven con el cerebro derramado junto a un furgón de policía, las denuncias, la imagen incontestable de un batallón entrando en la Escuela Díaz y probando sus porras contra los bultos abandonados en una cancha de baloncesto. Yo solía comer en un restaurante barato de la Via del Corso, junto a los ministerios; una noche, veinte o treinta personas se manifestaron contra la brutalidad de las fuerzas del orden y enarbolaron pancartas a lo largo de toda la calle: los rodeaban, por detrás, por delante, por los extremos, un rebaño metálico de hombres con cascos, escudos, pistolas, que apartaban a los turistas haciendo gala de una sospechosa prepotencia chilena. La descompensación entre manifestantes y policía podía dar risa, pero a mí me dio miedo.
El caballero Silvio Berlusconi salta a los estrados a alertar de los peligros del comunismo, cuyos tentáculos se ocultan quizá detrás de todas las maniobras de antiglobalización. Un amigo mío italiano me cuenta que el pasatiempo favorito de este señor es celebrar debates en sus cadenas privadas para estudiar por qué el comunismo tenía que llegar a su fin y por qué se ha asfixiado; en sus ratos libres redactó con una serie de expertos intachables un Libro negro del comunismo, donde se revelan todas las lacras de una ideología que sólo ha dado pábulo a criminales, genocidas, mentes enfermas y dolor. Bravo nuevo mundo es éste nuestro, donde el mal consistía en una nociva religión de banderas rojas que erradicaron un hombre que vivía en una casa blanca y un anciano polaco: el resto, disparos en los riñones de muchachos suecos, adolescentes desangrados, gente aporreada mientras duerme y detenidos ilegales no son más que minucias sin importancia.


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