Fragmento: "Mis ciudades"

Cuando estoy en Bahía siento saudades de París; cuando estoy en París siento saudades de Bahía; esas son las dos ciudades que amo. En ellas tengo casa: mesa para comer, cama para dormir, máquina para escribir. Estoy en casa al subir y descender las laderas de Bahía y, conmovido, me detengo a contemplar el caserío colonial de Pelourinho. Estoy en casa cuando admiro el mar verdeazul de las playas incomparables de la ciudad de Salvador de Bahía de Todos los Santos, que fue la primera capital de Brasil y es hoy capital de todas las Africas. Urbe donde las razas, las sangres y las culturas se mezclaron, ciudad mulata.
Estoy en casa cuando, ocioso y libre, camino por las orillas del río Sena, cruzo los puentes, vagabundeo por las calles de París. Del Boul Mich a los Campos Elíseos, de la Plaza de los Vosgos a la Plaza de la Concordia, de Saint-Germain des Prés a la rue Saint Antoine en el Marais, del Louvre al Museo Picasso, del Centro Pompidou al Grand Palais, del Museo Cluny a los Inválidos. Llevo en la mano un libro recién publicado, voy devorando una baguette comprada al boulanger de la esquina.
La ciudad de París, ¡incomparable! Metrópolis inmensa, íntima aldea, cosmopolita e irreductiblemente francesa, hecha de monumentos a cuál más bello, y de besos de enamorados a cuál más tierno y ardiente. Ciudad de arte, de ternura y de maor, capital de los derechos humanos, de la cultura y la libertad.
Paris, je t"aime..., la melodía se eleva volando de los labios de Zélia. Tomo de la mano a la bienamada, allá vamos los dos por el Quai des Célestins en dirección de Notre-Dame. En el Pont Marie nos detenemos para un beso: en París los viejos tienen derecho al beso.