Con un pasivo de 27 millones de dólares, el 28 de diciembre de 1998 hipermercados Tigre presentó su convocatoria de acreedores y aunque el objetivo de ese accionar era revertir la situación de la compañía -según lo declaró oportunamente su dueño, Francisco Regunaschi- lo cierto es que entonces comenzó a escribirse el principio del fin de la historia de una de las cadenas de supermercados de capitales locales más importantes de la zona.
A menos de tres años de la decisión de recurrir a la Justicia para ordenar financieramente los supermercados, la crisis del Tigre se agravó al punto de que quedan en pie sólo tres de las quince bocas que llegó a tener. El concurso tambalea y no se descarta que en breve la firma encuentre en la quiebra el tiro de gracia para una prolongada agonía.
De Regunaschi es muy poco lo que se sabe hoy. La Capital lo buscó durante las últimas dos semanas pero ni siquiera respondió y los empleados aseguran que hace meses que aparece lo "mínimo indispensable" por los lugares que solía frecuentar. Quienes lo conocen admiten que sigue llevando adelante sus negocios en el sector de la producción ganadera y que no atiende los llamados, ni siquiera a los amigos.
Mientras tanto, bancos, el fisco, proveedores grandes, medianos y pequeños, empresas de servicio, se anotan en la larga lista de los acreedores que en su momento recibieron como una balde de agua fría la sorpresiva noticia del concurso preventivo del Tigre. También quedaron en el camino más de 250 empleados, mientras se acumulan las deudas con los otros 200 que continúan perteneciendo a la firma.
El mapa de los Tigre al día de hoy es el siguiente: continúan con las puertas abiertas un súper ubicado en Génova y Avellaneda, otro sobre calle Baigorria, el de Moreno y Pellegrini (un local de enorme proporciones que pretende quedarse La Gallega) y y el Tigre de Mitre y Tucumán, tomado por los trabajadores desde el pasado 31 de julio. Todos ellos, según denunció el gremio de los empleados de comercio están operando en condiciones muy elementales por la falta de servicios esenciales como luz o agua.
En tanto, cerraron recientemente el Tigre de Chacabuco y Dean Funes, el de zona norte en calle Juan José Paso, el ubicado en Arijón y Ayacucho y las bocas instaladas en Villa Constitución y Bell Ville.
En los últimos meses Regunaschi vendió a hipermercados Azul (de los rosarinos Lázzaro y Ribota) el Tigre de Rondeau y Washington y a la cadena Dar (de Rosental), le alquiló el local de Rioja al 1600.
Por otra parte, cambiaron de razón social el supermercado de Colón y 3 de Febrero, y el de Necochea y Cochabamba -que ahora llevan el nombre de Meridien-. El cambio, según una destacada fuente del supermercadismo local, se produjo gracias a la conformación de una sociedad con dirección en Uruguay y las sospechas apuntan que se podrían tratar de los mismos accionistas con un ropaje distinto.
Al ritmo de la crisis
"Allá por 1992 la consigna era crecer o desaparecer", recuerda un ex supermercadista local que admitió que frente a la amenaza del desembarco de las cadenas internacionales en la región (Carrefour fue el primer en llegar en 1994), muchos de los que fueron pioneros en el negocio en Rosario dieron pasos más largos "de los que nos daba el cuero".
En el sector se la pasaban de inauguración en inauguración (vale recordar la impresionante fiesta de presentación del Tigre Extra de Pellegrini al 3200, hoy en manos de Norte), mientras se enorgullecían de que los monstruos del supermercadismo internacional demoraban el arribo a la región. El efecto Tequila sorprendió a muchos con importantes deudas y los sumió en una profunda crisis financiera.
La primera en caer fue la cadena Reina Elena y con ella los Mega, en septiembre de 1997. "Fue un golpe grande para un sector netamente conformado por capitales locales", señala una fuente del ramo.
El Tigre, Olivia, La Reina, Azul, la Gallega, parecían superar los obstáculos mientras se lanzaban a una inédita batalla por acaparar porciones de mercado. Y los grandes vinieron igual.
De todos modos, los supermercadistas locales no siguieron todos el mismo camino. Si bien la mayoría bajó las persianas o redujo sus bocas notablemente, en Rosario quedan sólo dos de las pocas cadenas de capitales nacionales que siguen operando en la Argentina: La Gallega y Azul.
La caída
A fines de 1998, Regunaschi tomó por sorpresa a propios y extraños y presentó en los tribunales locales el concurso preventivo de su empresa. En víspera de las fiestas y con los depósitos llenos de mercadería, según denunciaron oportunamente los proveedores, la cadena dejó sentado en la Justicia que tenía un rojo de 27 millones de dólares.
"Nadie se presenta en una convocatoria si no tiene intenciones de salir", dice un abogado del fuero local en referencia a la situación del Tigre. En esa línea opinaba Regunaschi en una serie de notas que le hacía este medio.
Pero se precipitó la crisis económica nacional, la recesión se hizo depresión, las tasas se dispararon y las presiones impositivas se hicieron cada vez más pesadas. Pese al contexto adverso, Regunaschi emprendía una nueva aventura comercial: los Tigre económicos, una suerte de hard discount con sello rosarino, mientras redoblaba los esfuerzos para potenciar su negocio de la carne "criada a campo".
En el medio gestionó la venta de varias de las bocas con grupos internacionales pero ninguna de esas negociaciones llegó a buen puerto. A fines del año pasado la situación parecía revertirse, el propio dueño de la cadena sugirió que el concurso se superaba por un acuerdo con los acreedores.
Sin embargo, en pocos meses sobrevino la debacle. La realidad habla por sí sola y supera hoy todos los pronósticos. De los Tigre apenas queda el recuerdo de un negocio local que conoció el éxito y un presente que para muchos sólo tiene sabor amargo.