Los compradores de discos, esa rara especie empecinada en no extinguirse, siempre está buscando, cada vez que revuelven las bateas, o cuando ya llegan a sus casas resignados, después de haber gastado los 20 pesos, un tesoro llamado "el disco del año". Bueno, "Gorillaz" tal vez no se lleve ese título tan preciado, pero seguro que es el primer compacto del 2001 capaz de sacudir la modorra del abúlico, marketinero y previsible panorama musical del hemisferio norte.
Gorillaz es un experimento, sin pretensiones de pasar por un gran invento. Al menos es divertido, fresco, y sí, en su estructura y presentación, absolutamente nuevo. Se trata de una banda virtual que ni el hacker más imaginativo hubiese pergeñado. En primer lugar está Damon Albarn, el ideólogo principal, el líder de Blur, acompañado por el DJ japonés Dan "The Automator" Nakamura y la dibujante Jamie Hewlett, creadora de los dibujitos animados que en este caso son los alter ego de los integrantes reales. A ese núcleo hay que agregarle las participaciones especiales de Ibrahim Ferrer (Buena Vista Social Club), Miho Hatori (Cibo Mato) y Tina Weymouth (Talking Heads).
Hace años que Damon Albarn, dentro de la estructura de Blur, viene luchando por salir de esa burbuja tan dorada como asfixiante que fue el brit pop. Lo hizo con los últimos discos de su grupo, acercándose al low fi experimental de Pavement. Pero este es su primer intento real por separarse de ese contexto y de su eterna etiqueta. Y el resultado es por demás de bueno, porque Gorillaz está lejos de ser, como se sospechaba, un rejunte exótico de nombres.
Basta con escuchar el hit de difusión, "Clint Eastwood". Esa podría ser una gran canción de los Beastie Boys o de los Clash más refinados, pero le faltaría ese irreemplazable toque inglés de los 60 y ese pulso de hip hop con aires low fi. Si hubiera más hits como "Clint Eastwood" la MTV sería un pasatiempo más grato.
El tema no está solo. En el comienzo reaparece el fantasma de Blur, pero el Blur americano, más rítmico que melódico. Así suenan "Re-hash", un cóctel áspero de soul y funk descompuestos; la más rockera "5/4", y la sensual "Tomorrow Comes Today", con su atrapante armónica y sus climas delicados y etéreos.
Hay mezclas realmente sorprendentes, como "Double Bass", una especie de trip hop tropical, o la de la fiestera "Rock The House", otro calipso ambiental tecno con caños de banda de sonido de los años 70. Musicalmente no resuenan ni el kitsch ni la simple ironía, pero por pura diversión están la irresistible "Man Research", una de disco retro con reminiscencias de new wave, por no hablar de "Punk", una de Blur en el jardín de infantes de los Kinks.
Las habilidades interpretativas de Albarn brillan en la intro de "Sound Check", en el dub confuso de la versión remixada de "Clint Eastwood", y en la dulce y perezosa "Slow Country", pero se puede decir que su voz transforma todo el disco, mientras la base puede pasar de la artillería electrónica más pesada a los sonidos ambientales más difusos, o del soul chicle de los 70 a las guitarras rockeras distorsionadas.
Hay un solo momento en el cual el líder de Blur queda eclipsado, y es cuando aparece Ibrahim Ferrer cantando en castellano un son tan dark como deforme. Es en ese mismo instante cuando se hace verdad aquello de que la música no tiene fronteras.