Los científicos están aprendiendo lentamente el lenguaje de los códigos biológicos y se declaran ya dispuestos a crear vida alternativa en los laboratorios, manipulando genes y cromosomas. Mientras tanto, se dedican a revelar los misterios de la vida con el estudio del ADN de plantas y animales. La esperanza, según Floyd Romesburg, asistente de química en el Scripps Research Institute de San Diego, es "expandir el código genético", agregando nuevas letras a su alfabeto. "No estamos tratando de imitar a la naturaleza, sino de complementarla", dijo.
El fin último no es la creación de nuevos organismos sino, reveló Romesburg al New York Times, crearlos para obtener de éstos la producción de sustancias difíciles de sintetizar en laboratorio y de otro modo imposibles de hallar en la naturaleza.
Toda forma de vida, desde los virus a los mamíferos más evolucionados, está regulada por un genoma -el ADN habitual- que determina formas y funciones de las distintas partes.
Cada función está determinada por un gen o más y cada gen está formado por aminoácidos constituidos por triples moléculas fundamentales llamadas bases.
La variada combinación de las tres bases de distintos aminoácidos, organizados en secuencias siempre distintas, dan una serie potencialmente infinita de combinaciones y, en consecuencia, de genes.
Las tres bases provienen de un conjunto fundamental para la vida que comprende adenina, timina, citosina y guanina, distintas respectivamente de las letras iniciales A, T, C y G. En el doble eje a lo largo de la cual están dispuestos los genes del ADN, la adenina siempre va unida a la timina, y la cotosina a la guanina.
Al enriquecer el alfabeto de bases a disposición, introduciendo nuevas letras junto a A, T, C y G, explica Romesburg, se logra tarde o temprano crear nuevos genes y, en consecuencia, nuevas formas de vida.
El problema, naturalmente, está en individualizar las bases adecuadas para este fin entre las centenares conocidas por el hombre.
Nuevos aminoácidos
En este frente se han dado ya algunos pasos y se individualizaron las bases para producir 20 nuevos y potencialmente útiles aminoácidos, asegura el presidente del California Institute, David Tirrell.
Este no da detalles pero habla de una bacteria que, gracias a una nueva base incluida en el genoma, produce una proteína con propiedades idénticas a las del teflón y que parece la ideal para producir vasos sanguíneos. Como ya ocurrió con el teflón, sólo que es menos seguro.
El camino para llegar al éxito se perfila largo y tortuoso, dado que a menudo la actividad de un gen está vinculada a la de otros y que la introducción de un nuevo gen en un organismo podría crear conflictos con la actividad de los otros.
A medida que se avanza en el camino se ve claro que existe el riesgo de producir monstruos que harían empalidecer al propio doctor Frankenstein aunque se trate de simples bacterias, admite Jonathan King, docente de biología molecular en el Massachusetts Institute of Technology, auspiciando que las autoridades regulen lo antes posible las investigaciones en este terreno.