Copenhague/Hamburgo. - En Génova se encendió ya la luz roja de alarma máxima. Los pronósticos de serios incidentes se conocían desde mucho antes del inicio de esta cumbre de los países industrializados. Eso es al menos lo que señalaba la experiencia de los dos últimos años: desde la conferencia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Seattle, todas las protestas de los manifestantes antiglobalización se han saldado con disturbios y la destrucción de amplios sectores del centro de las ciudades.
En la reciente cumbre de la Unión Europea (UE) en Gotemburgo, los violentos enfrentamientos entre algunos cientos de manifestantes con la policía ocultaron el hecho de que casi 40.000 personas protagonizaron la mayor marcha pacífica del norte de Europa desde hace años. "Los medios se concentran en los violentos y pasan por alto por completo nuestras demandas", comentó una joven danesa que se había trasladado de Roskilde a Gotemburgo, perteneciente a la Asociación por una Tasa a las Transacciones financieras y Ayuda a los Ciudadanos (Attac), la organización que reúne a los antiglobalización en Escandinavia. "La creencia ciega en el mercado ha profundizado las brechas sociales, minado la democracia y la influencia de los ciudadanos", resumió el reclamo de Attac ya reiterado en otras cumbres en Seattle, Bangkok, Okinawa, Praga, Niza, Davos y Quebec.
Los antiglobalización exigen que en todo el mundo se cree un impuesto contra los especuladores sobre todo para la producción agrícola en los países pobres y una actuación decidida contra los "criminales financieros", que por la desaparición de los controles estatales amasan fortunas y las llevan a paraísos fiscales dejando en la ruina la economía de otras personas.
Sus principales enemigos son las multinacionales. De hecho, en los países anglosajones se habla del Anti-Corporate-Movement, es decir Movimiento Anticonsorcios.
Pingües negocios
La autora estadounidense Naomi Klein tocó un punto central de esta problemática con su bestseller "No Logo!", donde describe las pingües ganancias de empresas como Nike. Por una parte, estos gigantes logran que su marca fascine a generaciones enteras de consumidores, mientras a la vez desplazan su producción de forma sistemática a zonas de libre comercio o en el Tercer Mundo, donde disfrutan no sólo de exenciones de impuestos, sino que pagan salarios muy bajos y los trabajadores no cuentan con leyes laborales o sindicales que los protejan. No es casual que la OMC, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) estén en el centro de sus críticas, pues los consideran colaboradores de las grandes compañías.
La campaña y presiones de estos organismos por que se acabe con las regulaciones proteccionistas crea en opinión de los antiglobalización una economía global que sólo beneficia a los ricos de Occidente. A los países pobres y a los en vías de desarrollo se los convence de adoptar estas políticas porque son una condición para obtener créditos.
Aunque estos argumentos amenazan con naufragar debajo de las piedras que lanzan algunos, en muchos países europeos, como los escandinavos, está bien visto que los gobiernos socialdemócratas se muestren comprensivos e incluso apoyen las actividades de Attac.
A los ministros del Exterior de Finlandia y Dinamarca se sumó hace poco de forma sorprendente el empresario más poderosos de Suecia, Percy Barnevik, que encabeza el grupo Wallenberg. "Sí, simpatizo mucho con Attac", comentó, y añadió que ya es hora de que se cumpla la prometida condonación de la deuda de los países más pobres.
La mayor parte de los antiglobalización se opone al uso de la violencia. Attac condenó los desmanes en Gotemburgo -al igual que los de ayer en Génova-, aunque tuvo que reconocer: "Los medios quieren violencia. Sin los disturbios de Seattle a Gotemburgo nadie hubiera escrito estos largos artículos sobre los opositores a la globalización. Y por eso seguimos adelante".