Con una conmoción generalizada que no cede, con medidas de fuerza que aunque puedan ser legítimas en sus reclamos en general son inconducentes para lograr los objetivos que teóricamente persiguen, con una situación de inquietud del conjunto de la ciudadanía alarmada por la falta de conducción y hasta de responsabilidad en buena parte de los estratos dirigenciales (no sólo en el Poder Ejecutivo), hoy el país parece haber perdido el rumbo.
Se podría decir que, en general, la sensación es que no hay futuro. Eso es grave.
Es que sin duda, la compleja situación técnico-económica por la que está atravesando el país se agudiza geométricamente cuando se pierde la esperanza, cuando se siente que no hay más posibilidades, cuando se cree que desaparecieron, en síntesis, cuando se bajan los brazos.
Justamente por eso, probablemente el campo sea hoy el ejemplo a mostrar -y multiplicar- en todo el país y no porque no tenga tantos o más problemas que el resto, sino porque por vocación o porque no le queda más remedio, sigue apostando para adelante, sigue trabajando y en definitiva, es casi el único que hoy sigue produciendo riqueza, o lo que es lo mismo, bienes que abastecen al mercado interno y excedentes de los mismos que se colocan en el exterior y permiten el ingreso de divisas con las que se pagan una serie de otros gastos que tiene el país.
Un modelo agotado
No se puede distribuir la pobreza. Es necesario acumular, producir, para poder distribuir. Y eso es lo que históricamente hizo el campo: trabajar y generar recursos y bienes, incluso en forma excedentaria. Y lo hizo con precios o sin ellos, con retenciones o sin ellas, con créditos o sin ellos, con autoridades que entendían un pocos sus características y necesidades, y también cuando le tocaron otras que no entendían nada.
Pero lamentablemente ya no alcanza. Ya no es posible, como en el siglo XIX o principios del XX, que el país viva de las "vaquerías", los saladeros o los cueros. No existe la posibilidad de sostener a la Argentina con una agricultura a destajo que, de todos modos, sirvió para convertir al país en el "granero del mundo" en la primera mitad del siglo pasado. Mucho menos si, como hoy, no hay condiciones mínimas para hacerlo.
Ahora las exigencias son otras. Más complejas. También más caras y todo el esfuerzo del campo no llega a sostener semejante andamiaje.
Por el contrario, si no recibe algún alivio en semejante carga, puede terminar quebrándose. Estaríamos matando a "la gallina de los huevos de oro".
Sin embargo, hay un valor agregado que el sector está ofreciendo y que no se está aprovechando y ese es justamente el del ejemplo.
¿Qué pasaría si todo el país, si todos los estratos tuvieran en estos momentos la misma actitud del campo? ¿Qué pasaría si todos estuviéramos convencidos de que hay futuro y se trabajara para ello?
Entonces, es más que probable que no estaríamos en la situación en la que estamos. Nunca se habría llegado a ella.
Por eso, tal vez, lo que hay que recuperar es el futuro y, sin duda, el campo es uno de nuestros mejores ejemplos para lograrlo.