Si este fin de siglo fue el del colesterol (un vocablo que pasó de los libros de bioquímica al lenguaje cotidiano), el siglo que ya empezó promete ser el de la homocisteína: una molécula que hace estragos circulatorios cuando no se la corrige, pero que resulta muy fácil de controlar con verduras de hojas verdes, cereales o suplementos vitamínicos de ácido fólico y complejo B. La responsabilidad de la homocisteína en casos de infarto agudo del miocardio o de accidentes cerebrovasculares ya casi no se discute, luego de una larga resistencia de la medicina a tomar el toro por las astas y establecerla como un verdadero factor de riesgo. Una gran cantidad de artículos en revistas de gran fuste demuestran que uno puede andar bajísimo de colesterol LDL, tener niveles óptimos de triglicéridos, fumar poco o nada, estar flaco y en estado aeróbico, no conocer la hipertensión arterial o el estrés laboral, tener una esposa, una familia y una dieta modelos, y aun así morirse de un infarto intempestivo. La culpa en estos casos puede ser de la homocisteína. Esta sustancia es un componente normal de la sangre cuyo valor debería estar entre los cinco y quince micromoles por litro. Aunque se sospecha que es un factor de riesgo vascular desde los años ‘50, todavía hay quienes se niegan a colgarle el título de asesino en serie. Lo tiene ganado de sobra, como demostró hace meses un megaestudio llevado a cabo en Rotterdam sobre 7.983 holandeses de edad mediana o avanzada que habían tenido un infarto agudo de miocardio o un accidente cerebrovascular. Ellos fueron comparados con un grupo de 533 vecinos sanos de la misma edad y ciudad. Se vio que estos últimos tenían la homocisteína en valores normales, pero no así los enfermos. Publicado en 1999 en el Archives of Internal Medicine, el Estudio Rotterdam ya es todo un clásico: estableció que cada micromol (unidad de concentración) adicional de homocisteína sobre la media óptima añade entre un 6 y un 7% de riesgo de padecer las mencionadas enfermedades. Dicho de otro modo, una persona con niveles elevados (20 micromoles en lugar de 10) tiene de un 60 a un 70% más de posibilidades de terminar con una obstrucción fatal en una arteria cerebral o cardíaca. Hay 17 estudios a gran escala que confirman a la homocisteína como culpable de enfermedad coronaria, once que la identifican como una causa de enfermedad cerebrovascular y siete que la acusan de desatar problemas circulatorios periféricos. "Después de leer estudios enormes en revistas prestigiosas, ya no me caben muchas dudas. Desde hace un año que mido la homocisteína de todos mis pacientes y uso un cóctel especial de vitaminas B para bajarla", dice el neurólogo argentino José Vila, jefe de Trastornos Cerebrovasculares de Eneri (Equipo de Neurología Endovascular y Radiología Intervencionista), de Buenos Aires. La buena noticia es que la homocisteína resulta el factor de riesgo vascular más fácil de controlar. A diferencia del colesterol, la sal o el cigarrillo, se lo puede dominar sin romper adicciones fuertes ni efectuar cambios drásticos de vida. El secreto es consumir cantidades abundantes de ácido fólico y otras vitaminas del complejo B, aunque las cosas no son iguales para toda América latina. Entre los argentinos, por ejemplo, el problema no es tanto lo que sobra en la dieta, sino más bien lo que falta. Si se lo compara con un brasileño, un mexicano o un chileno, el argentino medio come pocas verduras crudas, nada de levaduras, poquísimo hígado y riñón, insuficientes bananas o huevo y casi cero de caballa o cereales. Todas esas son fuentes poderosas del complejo vitamínico B. Por otro lado, las dietas cargadas de carne entregan grandes cantidades de un aminoácido conocido como metionina, que el metabolismo transforma rápidamente en homocisteína. A su vez, la carne roja está llena de vitamina B6, que pone parte de la solución contra el exceso de homocisteína en sangre. De modo que el asunto no se resuelve rechazando los asados. Lamentablemente, las otras "B" son vitaminas difíciles por varios motivos. La B9, o ácido fólico, es muy abundante en las hojas verdes, pero resiste mal la cocción prolongada. La B12, en tanto, funciona como vitamina "maestra" de todo el grupo, pero es la más escasa en la naturaleza, ya que sólo alcanza concentraciones significativas en algunas levaduras y otros microbios del suelo, además del hígado de los animales.
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