Pablo Díaz de Brito
Ayer otro atentado de Jihad Islámica causó víctimas inocentes israelíes. Como siempre, la ANP de Arafat se dice pronta a castigar a los terroristas que ella misma liberó hace unos meses, al inicio de esta Intifada de Al Aksa. Si Arafat, la OLP y Al Fatah pretenden en un futuro próximo liderar un Estado, ¿será con éste mismo nivel de control de los grupos terroristas que actúan continua e impunemente en el territorio que controlan? Si es así, Israel sólo puede pensar en dividir ambas naciones con un muro de cemento, alambre de púas y puestos de guardia. Una costosa locura y una ruptura sin retorno, pero que cada día que pasa aparece más como inevitable. Al parecer a la mentalidad árabe le cuesta entender que los actos de grupos armados irregulares no son legales ni legítimos, vengan de quien vengan. En el caso de Israel, el incipiente terrorismo fundamentalista que se reveló con el asesinato de Yitzhak Rabin ha sido reprimido posteriormente con éxito por los servicios de seguridad del Estado hebreo. Si Arafat quiere de una vez encaminarse hacia la paz, en vez de dejar vía libre a los grupos irregulares armados de su propio partido (los Tanzim) y de hacer la vista gorda ante la evidente logística terrorista de Hamas y Jihad en unos territorios que él y sus hombres conocen de memoria, debe imponer seriamente el alto el fuego, reprimir a quien intente violarlo y comenzar, por fin, a negociar.
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