Adrián Villegas
La nueva consagración como indiscutible campeón mundial Sub 20 puso en relieve -una vez más- la seriedad de la conducción encabezada por el entrenador José Pekerman, felizmente contagiosa entre sus dirigidos, y como siempre la irrupción de figuras que renuevan la garantía de que no todo está perdido en el tan contaminado fútbol argentino. Se habló y escribió tanto en estos días de ese escenario, el juvenil, afortunadamente distinto al caótico que suele caracterizar al resto del fútbol nacional, que no es mucho en lo que cabría abundar. Pero sí vale la pena, al menos a modo de balance-homenaje, resaltar algunos aspectos que le fueron dando forma y fondo a otro logro ecuménico que consiguió alegrar por unos días a casi todo un país sumido en el desencanto y la incertidumbre por sus graves padeceres sociales. La frutilla del suculento y sabroso postre fue puesta por otro premio, el del fair play (juego limpio), algo así como una medalla de oro a la conducta, que a Pekerman le genera una alegría especial, en tanto implica un reconocimiento reivindicatorio de aquellos escandalosos planteles juveniles que nos hacían pasar bochornosos papelones por el mundo. Y que se terminaron justamente con la acertada elección de Pekerman al comando de los pibes, uno de los escasísimos aciertos contemporáneos del desgastado presidente de la AFA, Julio Grondona. Debería aceptarse que el nivel del Campeonato Mundial Sub 20 no fue ni por lejos destacado, apenas si merece el calificativo de discreto, o un puntaje de 4,50 ó 5 como máximo. Y que la sensacional actuación del goleador récord Javier Saviola, sumado al imponente sprint final del chico de River Plate Andrés D'Alessandro y a la regularidad del mediocampista todo terreno Maximiliano Rodríguez, resultaron factores influyentes, a veces excluyentes, del recorrido triunfal. Hubo un equipo sólido, es cierto, pero que registró carencias importantes en el debut ante Finlandia y grandes dificultades para sacarse de encima a los limitadísimos aunque entusiastas chinos en octavos de final. Más que nada desacoples defensivos, un arquero, Javier Lux, que fue de mayor a menor y tuvo que ser reemplazado en semifinal y final, y cierto desorden en la zona de gestación, que se solucionó cuando se cumplió al pie de la letra con el enunciado de Pekerman, el de la pelota contra el piso, juego corto y paciencia, mucha paciencia para encontrar el momento justo para sacar el golpe. Por lo demás, todo bien, todo en orden y, cada tanto, todo muy lindo, agradable, vistoso, lucido. Como en el 7 a 1 sobre Egipto, el 5 a 0 ante Paraguay y el 3 a 0 en la finalísima frente a un llamativamente frío y tímido Ghana, que venía de eliminar nada menos que a Brasil con gol de oro. El fútbol argentino sigue en llamas. La receta puede incomodar a muchos, pero por ahora no hay otra: hay que imitar a los planteles juveniles de José Néstor Pekerman.
| |