Jorge Salum
Lucía Cattaíno soñaba con que el padre la quisiera. Muchas veces quiso decírselo cara a cara y como no pudo llevó su caso a la Justicia para que un magistrado hiciera lo que ella sola no podía: convencer al hombre para que le diera afecto. También ese intento fracasó y por eso la chica apeló a un recurso extremo: lo denunció penalmente por no cumplir con sus deberes como padre, entre ellos, el de quererla. Así al menos consiguió algo: que un juez condene al papá a cumplir tres meses de prisión por no pasarle eso que los códigos llaman "alimentos", y que consiste en una cantidad de dinero mínima indispensable para su subsistencia. Paradójicamente, esto parece poner fin a la otra batalla, aquella en la que peleaba por reconquistar el amor paterno. En muchos sentidos Lucía es una chica igual a otras y en algunos es diferente. Sus padres se separaron cuando ella tenía 7 años: ella y su hermana Florencia se fueron con la mamá, y Amadeo -el hermanito más chico- se mudó con el padre. Desde entonces nunca más volvieron a estar todos juntos y las chicas sólo pudieron ver a Amadeo en los tribunales, en audiencias de conciliación por el régimen de visitas que resultaron un fracaso. Pero lo peor vino después. Al poco tiempo de la separación Lucía enfermó, y desde entonces ya no volvió a ser la misma porque un tumor en la cabeza le robó la vista para siempre. Con el tiempo los tumores reaparecieron y se multiplicaron, y su vida se convirtió así en un calvario. Tuvieron que operarla varias veces y en más de una ocasión bordeó situaciones límites. No sólo le faltaba la ayuda económica del papá, sino también su afecto. Pero él permaneció indiferente y jamás fue a verla, ni siquiera cuando estuvo internada. Lucía lo buscó una y otra vez, siempre sin éxito. El papá no quería verlas, ni a ella ni a Florencia. Así pasó el tiempo hasta que se enfrentó a una nueva operación para que le extirparan un tumor en el cuello. La mamá de Lucía, que se gana la vida como empleada doméstica, ya no podía bancar más los gastos del tratamiento. Entonces Lucía se cansó de esperar y decidió hacer algo aun cuando sabía que significaría una ruptura definitiva con el padre: lo denunció por incumplimiento de los deberes de asistencia familiar. Lo hizo hace algunos meses, cuando ya había cumplido 18 años y acababa de vencer, una vez más, la recurrente embestida de sus tumores. Frente al juez correccional Julio César García, Lucía narró lo que viene ocurriéndole desde que sus padres se separaron y resumió todo lo que hizo para recuperar el cariño del padre. Pero esta vez fue más lejos: dijo que él no estaba cumpliendo con la sentencia de un juez de Familia que lo obligaba a brindarle ayuda económica a ella y a su hermana, y pidió que lo sancionaran por ello. García la escuchó e inmediatamente abrió una investigación. Así supo que la chica no mentía. Citó a Cattaíno y él mismo, en el despacho del juez, admitió que no ayudaba a las hijas y ni siquiera las veía desde hacía por lo menos dos años. También intentó justificarse diciendo que no tenía trabajo, pero el juez rechazó este argumento como excusa para no cumplir con sus obligaciones y llegó a una conclusión terminante: con su actitud "indiferente e insensible" hacia las hijas, el hombre comete un delito y por lo tanto merece una sanción. Por eso lo condenó a tres meses de prisión en suspenso. Pero el fallo no es definitivo porque Cattaíno puede apelar y en ese caso la sentencia tendría que ser revisada por tres magistrados de la Cámara Penal.
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