El impacto ambiental y mediático que padeció Don Torcuato a partir del mediodía del primer jueves del mes, cuando el ex presidente pasó ocupar una de las quintas más famosas de la zona, lentamente se va diluyendo gracias a la forzosa adaptación entre propios y ajenos. Las camionetas con la inscripción "Rigar's, indumentaria exclusiva", propiedad del dueño de casa, encargadas de proveer al detenido y a todo el equipo que lo asiste, son testigos de una escena circundante a la casa que progresivamente va perdiendo la tensión y hasta el encanto de los primeros días.
Carlos Saúl Menem cumple su decimoséptimo día de detención, en un domingo crucial: el juez federal Jorge Urso decide si lo procesa por asociación ilícita, delito no excarcelable, le dicta la falta de mérito o lo sobresee.
"Mucho frío y poca gente", sintetizó en pocas palabras el vendedor de café, chocolate y pastelitos, desde uno de los puestos de venta callejera junto al portón de acceso a la quinta de Gostanián. El tenue sol de la hora de la siesta no fue motivo suficiente para acercarle a Menen la tan ansiada solidaridad popular que le brinde calor.
Dos banderas colgadas del tejido perimetral y otra entre los árboles reproducen la consigna Menen 2003 y están firmadas por un dirigente de tercera línea del partido de Lanús: J. C. Cobas. Sobre el improvisado portal de chapa, instalado con la llegada del ex presidente a la casa para brindarle un mínimo de privacidad, unas pintadas en aerosol juran hacerle el aguante al preso. Desde hace una semana continúa pegada una cartulina con la leyenda: "Feliz día del padre". Es el saludo que Carlos esperó de su hija Zulemita, y que nunca llegó.
El panorama se completa con un viejo colectivo Mercedes Benz modelo 1112, color anaranjado, del año 72, que llevó hasta Don Torcuato a 20 militantes con gorrita blanca y -por enésima vez- la inscripción Menen 2003. Un simpático camión convertido en casa rodante puesto al servicio del Partido de Unidad Federalista de Tigre reparte un declaración "contra la persecución política en la Argentina".
Parado junto al micro y saboreando un mate amargo, uno de los militantes brinda su diagnóstico: "Todo lo que hizo Menen en 10 años, estos gorilas lo destruyeron en uno y medio. Por eso vine".
Los habitantes de Don Torcuato viven la llegada del nuevo vecino como una experiencia que nunca hubieran querido vivir. El espectáculo del incipiente santuario menemista instalado en las propias entrañas de su carísima tranquilidad no les otorga ningún beneficio. Por el contrario, el exclusivo barrio se vio invadido por el cotillón menemista y el obligado paseo turístico de buena cantidad de curiosos. Incluso sobrevuela una iniciativa de juntar firmas para reclamar el traslado de Menem y recuperar la no tan lejana paz. Muchos de esos vecinos votaron con fervor al líder riojano, hace apenas seis años. Los tiempos cambian.
Tampoco faltan las guardias de prensa y toda su logística, que terminan por invadir la zona. Banquetas, escaleras y grúas ya son parte del paisaje que rodea a la quinta, mientras algunos fotógrafos exhiben con orgullo monstruosos teleobjetivos con los que podrían retratar un alfiler desde 200 metros.
Entre las pocas personas que espontáneamente se acercan a Rafael Obligado y Richieri, atraídos por las cámaras de TV, Aníbal Torres asegura: "Vengo porque me gusta ver a los periodistas, sobre todo a los chilenos. La semana pasada eran como 16 y, como no conocen nada, yo los oriento en la zona".
El saludo de Cecilia
Cuando promedia la tarde, un puñado de militantes se agolpa contra el portón, entona la marcha peronista y luego reclaman "que salga Cecilia". Los gritos arrecian, aunque la ex miss Universo no siempre se asoma para complacer a la gente. Mientras tanto, los amigos de Menen continúan desfilando por la quinta, como Carlos Mono Navarro Montoya, ex arquero de Boca, al volante de un espectacular BMW rojo.
En la semana en que el hermano Eduardo logró hacer aprobar en el Senado un proyecto que pide la "libertad de ex presidente Carlos Menem, dejando a salvo su buen nombre y honor", calificando la decisión de Urso como "un acto de salvajismo judicial", una espléndida Cecilia Bolocco sale a saludar, en contacto directo a un grupo de militantes.
Tolera los apretujones del caso, recibe cartitas para su marido y gorritos para firmar. "Carlos está bien, está confiado", alcanza a decir. Cada día de mejor humor, el rito del saludo de Cecilia a la gente a la hora del té suele repetirse. Y Cecilia le está tomando el gusto.
Saluda a un puñado de 30 personas, regenteadas por los viejos métodos de la política punteril y la evocación de antiguas lealtades. Sale a saludar, sonriente y seductora, en nombre de su marido, pero el pueblo no está.