Año CXXXIV
 Nº 49.157
Rosario,
domingo  24 de
junio de 2001
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Editorial
Elogiable retroceso

Dentro de los inflexibles términos con los cuales se suele medir en la Argentina la calidad de los liderazgos, no cabe en ningún sentido la posibilidad de asimilar la modificación de una decisión ya tomada con el elogio. Es que, según se supone, aquel que tiene entre sus manos la dura tarea de conducir no puede permitirse el lujo de cometer errores: y mucho menos, claro está, será alabado por aceptarlos de manera pública.
Se trata, por cierto, de un grave error, demarcatorio -si se quiere- de los fuertes resabios paternalistas y autoritarios que perfuman la cultura política nacional. Sin embargo, afortunadamente ninguno de estos erróneos prejuicios afectó al gobernador santafesino cuando decidió que la lista sábana pasaba a convertirse en la provincia en, apenas, un mal recuerdo.
No le temblaron la mano ni la voz a Carlos Reutemann, en efecto, cuando asumió que el mismo proyecto por él impulsado merecía pasar a mejor vida. De un día para el otro, y de manera inesperada -hasta el punto de que logró sorprender a su propio entorno político-, anunció que no iba a promulgar la polémica ley electoral, que ya había sido aprobada por las Cámaras y para cuya sanción sólo faltaba, justamente, su firma. Complementando esta resolución, un día más tarde comunicó que tampoco iba a presentarse como candidato a senador suplente.
En este caso, el viraje del mandatario santafesino responde -justo es decirlo- a la tan cerrada como fundamentada ola de críticas que había partido desde todos los sectores de la oposición, que había lanzado fuego graneado sobre el hecho de que en la boleta no se hicieran diferencias entre los comicios a nivel nacional, provincial y municipal. La sensación generalizada era que la iniciativa se mezclaba con intereses partidarios, lo cual complicaba notablemente las perspectivas de que las elecciones se concretaran dentro del necesario marco de transparencia.
La palabra madurez ayuda a definir lo sucedido: lo demuestra de modo acabado el unánime coro de reconocimiento que ha saludado la resolución gubernamental. Nadie recordó, entre todas las voces, que quien desató el nudo había sido el mismo que lo atara: no hacía falta. Las aguas se hubieran enturbiado.
Esta columna suma su propio elogio a los ya emitidos, y destaca que en este caso retroceder no significó ir hacia atrás. Tal vez la única deuda pendiente sea la derogación de la obsoleta ley de lemas, la misma que llevó al triunfo a Reutemann en 1991. Pero este detalle no tendría por qué significar nada.


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