Jerusalén. -Israel es el tercer país en cantidad de celulares por habitante y el primero en cuanto a minutos de llamadas por usuario. Hombres y mujeres, adultos y también muchos niños, suelen deambular por las calles y lugares públicos con el teléfono pegado a la oreja. Lo que parece una conducta empapada de frivolidad, empieza a adquirir sentido cuando se observa lo que ocurre tras cada uno de los atentados terroristas que los ciudadanos de este país vienen sufriendo cada vez con mayor intensidad.
La escena es más o menos así: luego de escuchar el boom (a veces, como el de Tel Aviv el 1º de junio a la noche, alcanza 6 km a la redonda), y tras el desconcierto inicial, aparece el ulular de las ambulancias. Inmediatamente, se prende la radio o el televisor para confirmar lo que ya se sospechaba y enterarse de la gravedad del atentado. En este punto, prácticamente todos los teléfonos, fijos o móviles, de la ciudad donde ocurrió la desgracia -sea Jerusalén o Tel Aviv, Netania o Kfar Sava- comienzan a recibir o emitir llamados. Parientes y conocidos chequean que sus seres queridos se encuentren a salvo y, en tal caso, poder continuar con la actividad cotidiana. En estas conversaciones ni siquiera es necesario empezar diciendo "hola"; un "estoy bien" al atender el teléfono, ahorra preguntas y aplaca ansiedades.
No obstante, es raro encontrar un israelí que admita sentir miedo por la constante amenaza que suponen cientos de potenciales hombres bomba reclutados por las agrupaciones extremistas palestinas Hamas y Jihad Islámica. Por lo general, van a justificar sus medidas preventivas diciendo que "con la situación actual, no dan ganas de salir". Si el último ataque terrorista fue en un centro comercial, evitarán concurrir a esos lugares. Si fue en un boliche bailable, los jóvenes buscarán otras formas de divertirse. Si la bomba explotó en un colectivo, tratarán de movilizarse por otros medios. Pero en cualquiera de los casos, dichas precauciones no durarán demasiado.
Conductas internalizadas
Con todo, los israelíes ya internalizaron una serie de conductas que de tan repetidas parecen naturales. Al entrar en una estación de ómnibus, shopping o institución educativa, es casi un acto reflejo abrir el bolso o cartera que uno lleva y mostrárselo al guardia de la puerta. Ahora bien, si ese mismo objeto es olvidado en algún lugar público, no tiene sentido volver a buscarlo: no porque lo vayan a robar, sino porque a los 15 minutos se hará presente la unidad antiterrorista de la policía, despejará el lugar o cortará la calle, y sin siquiera intentar abrir el objeto sospechoso, un robot se encargará de explotarlo.
La tensa espera hasta el próximo atentado también crea una especie de dependencia mediática: si un chofer de taxi o colectivo tiene prendida la radio, indefectiblemente subirá el volumen cuando escuche el pitido de la hora oficial. Sabe que la primer noticia del informativo será el acto terrorista (si lo hubo) y sabe que sus pasajeros están tan interesados en la noticia como él. El atentado que en Tel Aviv se cobró la vida de 20 jóvenes de entre 14 y 32 años (entre ellos, una chica colombiana) causó un gran impacto en la sociedad israelí.
Aún los israelíes más moderados no logran comprender la lógica de los terroristas y sienten indignación al enterarse que -según el Centro Palestino para la Opinión Pública- el 76 por ciento de los palestinos apoyan los ataques suicidas y que varios de ellos salieron a las calles a festejar el "éxito" del atentado en Tel Aviv. Incluso el padre de Sa'id Hutari, el terrorista de 22 años que se voló en este ataque, dijo sentirse orgulloso por la acción de su hijo y que le gustaría tener "20 hijos más para que hagan lo mismo".
La dificultad que tienen los israelíes para comprender dicha lógica es compartida por cualquier observador occidental. Es que para los militantes de las agrupaciones fundamentalistas islámicas, una persona que se explota en medio de un grupo de adolescentes judíos en la puerta de un boliche no es un terrorista suicida, sino un shahid (mártir, en árabe). Y cuanto más daño cause, más sagrada será su acción. Por eso agregan clavos y objetos punzantes a las cargas explosivas.
Sin embargo, en las últimas semanas surgió un debate en la prensa árabe acerca de la legitimidad religiosa de los ataques kamikazes. Como para la mayoría de las religiones, también para la Sharia (ley islámica) está prohibido el suicidio y este fue el argumento del mufti de Arabia Saudita para lanzar la primera piedra. "Eso no es parte de la Jihad, me temo que eso es sólo matarse a uno mismo", dijo Abd Al-Aziz Bin Abdallah. La ola de críticas y objeciones no se hizo esperar.