Las oscuras aguas del río Duero y el dulzor de su arquitectura se mimetizan en Oporto con la tradición de sus vinos. La ciudad que conquistó las mesas más exigentes del mundo vive un presente de esplendor. En la búsqueda de sus raíces se reencuentra con su historia que muestra en cada rincón de la ciudad el estilo art decó, un arco romano, un vitral gótico o una fachada neoclásica.
Sobre las aguas del Duero se puede realizar una excursión en rabelo, una embarcación que antiguamente transportaba toneles de vino y hoy pasea a turistas. Durante el recorrido se observan los cinco puentes que cruzan el río, destacándose el Don Luis I (obra de Teophile Seryg un discípulo de Gustavo Eiffel) que permite a vehículos y peatones atravesar el río en dos niveles, uno sobre otro, comunicando Oporto con Vila Nova de Gaia, la ciudad que duerme en la otra orilla.
El nivel superior del puente nos conduce al centro de Gaia, mientras que el inferior desemboca en la orilla del Duero, donde se encuentran las distintas bodegas o Caves del Vino de Oporto, que pueden visitarse en forma gratuita y donde es posible degustar algunos de los vinos que le dan nombre a la ciudad.
De regreso en Oporto es recomendable emprender un paseo por la orilla del Duero, caminando entre los típicos puestos que ofrecen desde frutas y vinos hasta variadas artesanías. Mediante ese recorrido se puede acceder a la plaza de la Ribeira, donde desde las terrazas de algún bar se aprecia la majestuosidad del Duero y sus históricas bodegas.
Declarada por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, Oporto se presenta este año como la capital europea de la cultura. Su legado arquitectónico es tan importante que con ese motivo se prepararon circuitos turísticos dedicados a mostrar las diferentes épocas y estilos.
Su casco histórico es viejo, muy viejo, tanto que cuando la actual capital de Portugal, Lisboa, era sólo una fortaleza mordisca, Oporto o "Portucale" (llamada así en su origen y que luego le daría nombre al país) se dedicaba al comercio de sal, pescado y vino.
La ciudad es la segunda en importancia del país. Su población emprendedora y con una marcada vocación mercantil, desde siempre ha reafirmado su voluntad contra invasores e imposiciones, siendo conocida también como la urbe "invicta".
Sus barrios con calles estrechas y su arquitectura inconfundible de caserío, ropa colgada, puestos callejeros, tiendas de otros tiempos y mucho desparpajo hacen que se asemeje más a la versión portuguesa de Nápoles que a la melancólica Lisboa. La gente grita y canta, compra y vende, come y cocina en plena calle.
El casco antiguo
El casco antiguo, protegido por murallas medievales, se extiende desde el río hacia el interior, albergando gran cantidad de edificios históricos de imponente arquitectura. Allí se destaca la estrecha e inclinada calle Santana, con las casitas amontonadas que parecen sostenerse unas a otras.
Las iglesias de San Idelfonso, dueña de una de las fachadas más impactantes, y de San Francisco, se destacan por sus campanarios que sobresalen de un mar de rojos tejados. Y la "Sé" o catedral, levantada en el siglo XII y aún hoy centro histórico de Oporto, construida en estilo románico, es una reliquia arquitectónica con una fachada barroca en el lado septentrional; con sus claustros de líneas góticas y una colección única de paneles de azulejos, que al igual que los de la estación de trenes San Bento, empapan la mirada del viajero de azul y blanco.
En la rua Santa Catarina, esquina con Fernández Tomás, se encuentra la Capela das Almas, del siglo XVIII, con todo el exterior revestido en azulejos en los que se pueden seguir los pasos de la vida de San Francisco de Asís.
Los azulejos constituyen una de las características más distintivas de la arquitectura portuguesa y sus dibujos en color azul sorprenden por la belleza y complejidad de cada una de sus representaciones.
La ciudad ofrece miradores para parejas románticas, como la terraza del monasterio de la Serra do Pilar, en la orilla de Vila Nova de Gaia, cerca del puente D. Luis I. Mirador, cómodo como el ascensor que se encuentra en la placita detrás del Cais de Ribeira. Y otro para los más osados: para llegar hay que subir 75 metros de escalera, ubicado en la imponente Torre de los Clérigos, desde donde se puede obtener una maravillosa vista de la ciudad o deleitarse con el sonido de las campanas que regalan excelentes melodías como el Himno a la Alegría.
Finalizando el día se puede optar por la cocina típica de la región o por las especialidades de mar en alguno de los restaurantes, acompañado por la buena música de guitarras.
Luego se puede visitar el casino, asistir a distintos shows musicales, o aprovechar para conocer la discoteca Olimpia o el bar le Rendez-Vous, lugares especialmente agradables para apreciar la calidad del vino oporto y disfrutar de música en vivo.
Para descubrir
Portugal, por distintas razones, ha sido uno de los países menos valorados de la Unión Europea. Quizás sea ésta la razón por la que se mantuvo intacta su historia. Hoy vive un movimiento similar al de hace 15 años en España.
Hacen falta varios días para conocer a fondo la riqueza histórica de esta ciudad que en otros tiempos llamaron Calé, para después ceder el nombre a Portucale. Pero en pocas horas se puede sentir el espíritu de los tripeiros, como llaman los portugueses a los habitantes de la ciudad por el sabor del plato más típico: tripas a la moda de Oporto.
Los portugueses viven con un ritmo acelerado que acompañan siempre con una sonrisa amable. A pesar del empeñado espíritu trabajador que caracteriza a la capital del norte del país todo el mundo sabe que en la ciudad las fiestas y romerías se celebran a lo grande. La más popular es la noche de San Joao, del 23 al 24 de julio. Este día nadie renuncia a un plato de sardinas y a unas cuantas copas de vino tinto.