Sergio Faletto
Habrá que recorrer muchas páginas de la historia de la selección para encontrar un funcionamiento tan contundente como el que exhibe este equipo de Marcelo Bielsa. El seleccionado cuando empieza a jugar transmite una sensación de suficiencia que se contagia entre los hinchas, quienes esperan con tranquilidad el momento en el que su conjunto definirá el pleito. La actitud albiceleste es la garantía del triunfo. Puede demorar unos minutos para acomodarse, pero cuando lo consigue, todo se reduce a disfrutar de un desempeño colectivo sincronizado, armónico, y de actuaciones individuales teñidas de esa jerarquía que sólo otorga la experiencia internacional. Esta selección nacional ya se ganó el respaldo de la gran mayoría, y ahora va por el apoyo de los más caprichosos, de aquellos que siempre tienen algo que objetar, de los fabricantes de problemas, quienes desde ayer empezaron a cuestionar por qué Argentina no convirtió más goles en el complemento. Como si ganar por 5 ó 6 tantos de ventaja asegurara una clasificación ya prácticamente sellada. Pero lo más meritorio de este ciclo, más allá de la contundente campaña que está realizando y del ejemplar funcionamiento futbolístico, es el bajo perfil que adoptó el entrenador, quien demostró ser más cuerdo que loco. Resistió con sus convicciones la presión que ejercieron los medios de comunicación porteños, fundamentalmente los provenientes de aquellos periodistas estrellas que se creen dueños de todas las voluntades que caminan por el fútbol. Pero Bielsa hizo caso omiso a las críticas infundadas y se dedicó a trabajar en silencio, sin declaraciones grandilocuentes, con una acertada mesura en las respuestas durante las conferencias, única manera de tener contacto periodístico con el no tan Loco. Bielsa le imprimió al diálogo mediático una sana costumbre de respuestas fundamentadas y ajustadas a una amplia gama de conceptos, que desalojaron de la escena a las polémicas y a las frases suspicaces. Ya no hubo excusas y tampoco palabras discriminatorias hacia diferentes escenarios sudamericanos. Tampoco gravitaron los pelos largos de los jugadores. Y el conductor albiceleste envolvió todo su comportamiento en un respeto al que muchos no estaban acostumbrados. Marcelo Bielsa no es ningún loco y puso las cosas en su lugar; enfrentó a los intereses creados con trabajo y resultados. Sin dudas que le van a seguir dinamitando el camino por negarse a privilegiar tal o cual programa y mantenerse alejado de las luces y los micrófonos. El técnico ya consiguió lo más preciado en estos tiempos de crisis: el reconocimiento de la gente. Con esto que no es eterno pero sí decisivo, Bielsa se encamina hacia el Mundial de Japón y Corea con la única herramienta posible: un equipo fenomenal.
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