Frente a la plaza de la Constitución se encuentra la librería Lagun, un oscuro local impregnado de silencio y del indefinible aroma de los libros. Es probable que el visitante que recorrió San Sebastián haya entrado a curiosear entre sus anaqueles sin saber que durante la dictadura del "generalísimo" Francisco Franco ese lugar fue un foco de lucha por las libertades individuales durante el régimen y, tras su caída, un sitio en el que se reunían los partidarios de la pluralidad y de la democracia en el País Vasco.
Hace unos meses la librería fue cerrada por sus dueños, hartos de las amenazas de los simpatizantes de ETA que los acusaban de estar contra el fanatismo y el asesinato. En un momento en que el País Vasco está cada vez más aislado, una de las razones para visitar Donostia-San Sebastián es, precisamente, romper ese cerco en beneficio de la pluralidad de ideas y contra la muerte.
Como los años veinte
Hasta mediados del siglo XIX Donostia-San Sebastián era un pequeño pueblo de pescadores y comerciantes, pero en 1845 llegó aquí la reina Isabel II, a la que sus médicos habían recomendado baños de mar porque tenía una enfermedad de la piel. Tras ella llegó la corte y la costumbre de que la aristocracia se desplazaba en verano a la ciudad, lo que obligó a la construcción de nuevas casas, al derribo de las antiguas murallas, al encauzamiento del río Urumea y a una meditada ampliación, obra del arquitecto Antonio Cortázar. Entre 1863, fecha de inicio de la ampliación, hasta 1925, la población se triplicó y San Sebastián adquirió ese aspecto de balneario "al estilo de los años veinte" que conserva en la actualidad.
Más famosa por el festival de cine que se realiza todos los años en septiembre que por la violencia de lugares como Bilbao, Donostia-San Sebastián es una pequeña ciudad junto al océano Atlántico.
Pese a que Bilbao le arrebató la sede del Guggenheim, Donostia-San Sebastián es también un lugar imprescindible para los amantes de los museos. Aquí se encuentra el de San Telmo, hasta 1836 convento de los dominicos, en el que una maravillosa muestra interactiva permite reconocer los sonidos, los colores y hasta los aromas de la historia de la ciudad. En él se destaca el imponente lienzo del catalán José María Sert sobre acontecimientos históricos y míticos de los vascos.
Merecen también visitarse el Museo Naval, ubicado frente a la bahía de San Sebastián en un edificio del siglo XVIII, la Kutxaespacio de la ciencia, un centro de divulgación con observatorio astronómico y péndulo de Foucault entre otras invenciones, y el Museo Diocesano.
El palacio y jardines de Aiete ofrece bellos paisajes de mar y montaña. Un viejo caserío del siglo XVI alberga una colección de ciento diez obras de Eduardo Chillida. En los alrededores de la casona, un jardín de doce hectáreas alberga otras cuarenta piezas de grandes dimensiones. El conjunto permite tener una visión global de la obra de este importante artista vasco cuyo complejo escultórico "Peine del viento" es uno de los símbolos de la ciudad.
El acuario, por su parte, propone un recorrido por setecientos años de historia naval, desde la caza de ballenas que hizo famosos a los vascos en la Edad Media hasta las técnicas actuales. El acuario cuenta además con una gran piscina de aguas saladas que contiene decenas de especies marinas, incluídos grandes peces como rayas y tiburones. Un túnel acrílico permite una cautivadora vista de trescientos sesenta grados que provoca en el visitante la sensación de encontrarse bajo el mar.
Lección de historia
Entre las preciosas joyas de San Sebastián se encuentra el barrio antiguo, una zona de calles estrechas y balcones que parecen tocarse. El olor a pescado frito es agobiante en los mediodías, y el ruido y la animación no se detienen. Un remanso es la iglesia de Santa María o la bella parroquia de San Vicente, que data de comienzos del siglo XVI. El folleto explicativo del patrimonio de la iglesia incluye una frase curiosa: "Dios le quiere y nosotros trataremos de hacerlo también".
Aunque desde las alturas del Monte Urgull se tiene una magnífica vista de la ciudad, que comprende el casco viejo, el centro y el Gros, del otro lado del río Urumea, la lección de historia se obtiene caminando por las calles del casco antiguo, la plaza de Gipuzkoa desde donde se pueden apreciar las fachadas del teatro Victoria Eugenia, de la Diputación y el puente María Cristina. Allí, en muros de varios siglos de antigüedad, las pintadas de los simpatizantes de ETA y de los grupos radicales de izquierda hablan de una sociedad dividida. Y si además uno se topa con las puertas cerradas de la librería Lagun -sus dueños han anunciado que volverán a abrirla en otro local a fines de junio-, uno comprende que por una vez el viaje y la historia se encontraron por un instante.