Yapeyú, a 395 kilómetros de la capital correntina, bañada por las aguas del Uruguay y famosa por ser la cuna del Libertador, se erige como uno de los atractivos turísticos más preciados de los correntinos y uno de los sitios que los viajeros se sienten obligados a visitar.
Yapeyú significa "el fruto ha llegado a su tiempo" en lengua guaraní, y esta pequeña población nacida como reserva misionera en 1626 _con el nombre de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos_, parece haberse convertido hoy en esa fruta madura que anuncia su nombre, dispuesta a ofrecer al visitante algo más que sus históricas ruinas jesuíticas y su condición de punto fundamental de la historia americana.
Poseedora de un paisaje encantado, con barrancas sobre el río, vegetación exuberante y huertas y jardines que seducen con sus perfumes y colores, rememora en todo momento los tiempos de la colonia, del virreinato de aquella gobernación del Río de la Plata que precedió el nacimiento del país.
Yapeyú ya había alcanzado un lugar preponderante antes de 1800. Convertida en una de las reducciones jesuíticas más florecientes, llegó a tener en el momento de la expulsión de los religiosos más de 80.000 cabezas de ganado y a ser habitada por casi 8.000 almas.
La cuna del Libertador
Funcionaba entonces, allá por 1767, un astillero y una reputada Escuela de Música y una escuela de primeras letras, pero no fue hasta 1775 que Juan de San Martín, nombrado gobernador de Yapeyú, se instaló en la ciudad.
Don Juan se instaló en la residencia oficial, un pequeño fuerte con una sucesión de cuartos, una caballeriza y un sector residencial propiamente dicho. En ese lugar nació José Francisco, allí aprendió la lengua del paisaje y el idioma guaraní y desarrolló su infancia entre inmensos árboles, escondido entre las piedras o asomándose al espejo somnoliento del río.
Nada cambió demasiado. Los árboles siguen allí, como referentes de un tiempo que parece haberse detenido sobre esa porción de tierra ya casi colorada, con los dorados, los pacús, o los surubís cabalgando sobre el lomo del río; los cardenales, rojos y amarillos, o el choré, poblando de trinos el amanecer.
Visitar hoy Yapeyú es penetrar en la infinita riqueza de un tesoro donde se fusionan el arte, la historia y la cultura.
Desde el trazado original del pueblo, en su arquitectura, en los materiales utilizados para la construcción y en la geografía natural de la región, es posible encontrar a cada paso un retazo de la historia y descubrir desde un árbol centenario hasta una reliquia invalorable.
Sin dudas que la mayor atracción la constituye el templete que hoy guarda los restos de lo que fue la casa donde nació San Martín.
A pocos metros del templete se levanta el museo sanmartiniano en una pequeña casa de piedra negra que otrora fue la casa del cura párroco del pueblo, donde se pueden apreciar numerosos documentos relacionados con la vida y obra de San Martín.
Joya arquitectónica
La iglesia del pueblo es, en sí misma, una verdadera joya arquitectónica, donde se guardan obras y tesoros artísticos. Construida en estilo neogótico, su porte contribuye a realzar la atmósfera de un pasado que enriquece permanentemente a Yapeyú.
Junto a lo que fue la casa del Libertador, un imponente "iba poy", más conocido popularmente como "higuerón", transporta al lugar donde el prócer de América pasó sus días de niño. Estudios realizados por especialistas determinaron que este árbol tiene más de 350 años.
También se puede visitar el Museo de Cultura Jesuítica, que funciona en un predio que bien podría llamarse la fuente inagotable de hallazgos arqueológicos, por la cantidad de piezas primitivas encontradas en el lugar.
En suma, Yapeyú es una combinación de sensaciones que subyugan al viajero y lo invitan a quedarse, relajado en el paso cansino de sus horas, en la placidez de su paisaje y en la fantástica hospitalidad de su gente.