Imaginen el último recital de Depeche Mode, de incógnito en un bar con poca gente, en una fría noche de invierno. Así suena "Exciter", lo nuevo del trío irrompible, nada más lejos de su irónico título (excitador). Hace 20 años Depeche Mode editaba su primer disco. A fines de los 80 eran un raro ejemplo de durabilidad y evolución en un medio tan repetitivo como efímero. A mediados de los 90 eran un clásico al borde de la muerte y el desborde. Ahora, con "Exciter", el grupo hizo el crossover al nuevo siglo en un clima de suspensión, de alivio por el paso de la tormenta, atravesado por una melancolía liviana, un deseo inacabado de captar atmósferas pasadas.
"Exciter" no es precisamente retro, es el fantasma del pasado creando una sensación de atemporalidad morbosamente placentera. Ahí están Dave Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher acorazados y armados hasta los dientes con las máquinas que solamente ellos hicieron sentir, estallar, rockear, llorar, bailar y recordar. Pero los padres de la criatura no necesitan demostrarlo, suenan discretos, no abusan de los trucos tecnológicos como la mayoría de sus discípulos. "Exciter" es una cruza del viejo regocijo tecno de "Música para las masas" (1987) con la oscuridad del soberbio e insuperable "Violator" (1989). Todo, claro, diez años más tarde.
En "Exciter" hay canciones entrañables que no son hits, hay oscuridad y tristeza, y un inevitable sabor a nostalgia y despedida. Es música para la reclusión y el agobio, para el atardecer y la noche, que jamás podría resistir la luz del día. "Dream On", el primer tema, es un anticipo del clima entre sereno y amenazante que llena el álbum. "No hay tiempo para dudar/ el dolor está listo/ el dolor está esperando", canta Dave Gahan. Es un milagro que su voz, después de tantos excesos, suene impecable, como si se tratara del primer disco.
La máquina está otra vez al comando absoluto de Martin Gore (el compositor de todos los temas). Desde las tinieblas, Gore encuentra un camino casi conceptual para el disco, de tonos oscuros y andar lento. "Shine" se desliza y se hunde como si fuese una balada de Bauhaus, "The Sweetest Condition" es un vals para vampiros, "When The Body Speaks" una plegaria embriagadora, y "The Dead of The Night" una marcha densa y lúgubre. Sólo una vez, en "I Feel Love", la máquina se pone a bailar en la pista del infierno.
Las canciones de amor forman un universo aparte. Ahí están la retro y conmovedora "Freelove", que podría ser una versión estilizada de alguna balada de Duran Duran, o la decadente tonada de cabaret de "Breathe", donde la voz de Gahan recuerda a la de Bryan Ferry en un tono más grave. En "Goodnight Lovers" ya se pone en plan crooner, y con un final con coro gospel concluye: "La verdadera felicidad no se puede probar tan fácilmente".
A aquellos chicos de los años 80, que jamás quisieron que sus ídolos se transformaran en una especie de Rolling Stones del tecno rock, les va a encantar este disco con aires de adioses. Los demás, por su parte, pueden estar seguros que van a recordar un par de canciones, o seguirán condenando inútilmente a las máquinas del pasado y del presente. Con respecto a Depeche Mode, lo más probable es que resistan en su fuerte, con su brillante criatura, hasta que algún día finalmente puedan disfrutar del silencio.